La Fundación Felipe González acaba de presentar la colección de correspondencia del presidente entre 1974 y 1996. Se trata de más de 10.000 páginas de cartas escritas por ciudadanos y líderes políticos nacionales e internacionales a Felipe González en esa época y que están disponibles, desde hoy, en el Archivo de la Fundación. Es la primera vez que se comparten en abierto las cartas que un presidente intercambiaba con líderes políticos, pero también las que recibió de cientos de ciudadanos.
Con el objetivo y la pretensión de llegar más lejos, de implicar a los ciudadanos y a otros actores sociales y políticos, y de difundir de manera activa los contenidos del Archivo, la Fundación Felipe González presenta dos recursos, también disponibles para todo el mundo: un sitio web y un libro.
Este es el texto con el que he contribuido a esta iniciativa, en la sección Entrelíneas (donde se reflexiona sobre la comunicación política epistolar, la participación ciudadana y las nuevas formas de comunicación propias de la realidad digital), y que comparto íntegramente a continuación:
Escribir para construir
Las cartas políticas no tienen ya, lamentablemente, líderes políticos que las escriban. El género epistolar ha sucumbido a la instantaneidad y la fugacidad de la palabra en el ecosistema digital. Lo efímero devora lo fundamental. La aceleración de los procesos políticos, así como la alteración desordenada de la desintermediación, ha reducido la correspondencia política a un ejercicio entre anacrónico, melancólico o puramente instrumental para ser conveniente filtrado y digerido por la líquida realidad digital.
Las cartas no se esperan, ya no se escriben y parece que, tampoco, sirven. La realidad es, sin embargo, que las cartas menguantes no son consecuencia del impacto tecnológico en nuestras vidas, también en la política, sino el reflejo del continuado deterioro de la palabra (pronunciada, escrita o leída) en la vida pública. Este es el punto central: la devaluación de la palabra.
Recuerdo una cita de Felipe González: «Si no leo, no gobierno». Me impresionó profundamente. Poco tiempo después, casualmente, descubrí otra cita que complementa la anterior de manera muy sugerente y perspicaz: «Cuando el poder no lee, el poder no piensa», de Tomás Eloy Martínez. La lectura de la correspondencia de Felipe González confirma, con claridad, que solo puede escribir bien quien es buen lector. Nos encontramos ante un fondo de archivo documental muy rico, más allá de su altísimo interés histórico, que nos permite recuperar el sentido de la palabra —y no la imagen— en el epicentro de la acción política. González cree que las palabras cambian el mundo y que con ellas podemos gobernarlo.
Umberto Eco decía que «El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez se han inventado, no se puede hacer nada mejor. El libro ha superado la prueba del tiempo… Quizás evolucionen sus componentes, quizás sus páginas dejarán de ser de papel, pero seguirá siendo lo que es». Lo mismo sucede con las cartas. Son insustituibles para la acción política democrática de calidad.
Estos serían algunos de sus atributos y de las ventajas que la correspondencia política puede aportar, todavía, a la calidad de la acción política de nuestros líderes y representantes.
- El pensamiento lento. Escribir cartas políticas obliga a tomarse un tiempo de maduración, ejecución y reflexión. Escribir cartas garantiza (para quien las escribe) la lentitud imprescindible para la profundidad, el autocontrol y el equilibro. La renuncia a la instantaneidad aporta pausa y sentido, moderación y precisión, claridad y —también— calculada ambigüedad, tan útil en el juego de interpretaciones de la política.
- Control del tiempo. La correspondencia gestiona el tiempo de la política (a veces es la mejor manera de garantizar la incipiente llama de un acuerdo o un pacto) porque permite la gestión de los retornos de manera discrecional, pactada o como parte de un proceso. Las cartas se toman su tiempo para ser escritas, enviadas, recibidas, leídas y respondidas. Este tiempo es, muchas veces, imprescindible para que la maduración y decantación de la política encuentre su equilibro y su tempo.
- La privacidad genera confianza. Las cartas políticas (no me refiero a las cartas abiertas o a las que se escriben como excusa para ser filtradas sin margen para sus destinatarios) pueden abrir espacios de construcción recíproca de confianzas personales.
Además, la correspondencia es inviolable (como así queda recogido en el artículo 18 de nuestra Constitución Española) y su formato predispone a la confiabilidad que nace de la intimidad lectora y escritora.
- Escribir, corregir, reescribir. Las cartas permiten el laborioso pero imprescindible ejercicio de la corrección, del matiz, de la aclaración. No me refiero a la corrección ortográfica o gramatical, me refiero a la oportunidad de un proceso de decantación y mejora que solo la correspondencia política permite. Escribir es reflexionar.
- La carta es un testimonio. La correspondencia en política genera hecho histórico, documento y trazabilidad. Este formato predispone a la huella y al vínculo y, en muchos casos, queda registrada como recibida y cursada a su destinario. Estas formalidades dan a la epístola un carácter único, de vocación de trascendencia al ser, también, objeto de archivo y referencia.
- Escribir para convencer. El intercambio postal entre líderes busca, casi siempre, transformar una percepción o una posición a través de la distancia y la prudencia atenta con la que siempre hay que leer las cartas y las ideas no escritas en sus márgenes y entrelíneas. «Escribimos para cambiar el mundo (…). El mundo cambia en función de cómo lo ven las personas y si logramos alterar, aunque solo sea un milímetro, la manera como miran la realidad, entonces podemos cambiarlo», escribió James Baldwin.
La correspondencia (pública y privada) puede abrir oportunidades en política. Que estas devengan históricas, dependerá de la altura de los líderes, de su habilidad y sentido de la responsabilidad y de que entiendan la naturaleza ―simbólica y democrática― de las cartas políticas. Si quien las escribe las plantea como una comunicación, renunciando a convencer o negociar, se equivocará. Quien las lea o responda, renunciando a convencer o negociar, también se equivocará. Si es escenificación, estas cartas no harán Historia, en absoluto. Si es correspondencia, pueden abrir una oportunidad.
Enlaces asociados:
– Las cartas que escribió y recibió Felipe González cuando fue presidente (José Andrés Rojo. El País Semanal, 5.07.2019)
– Las cartas inéditas de los ciudadanos a Felipe González (Luis Izquierdo. La Vanguardia, 6.07.2019)
– «Querido presidente»: las cartas inéditas a Felipe González de sus ministros (Lucía Méndez. El Mundo, 6.07.2019)
– González desvela la correspondencia que mantuvo durante su etapa en Moncloa (TeleMadrid, 10.07.2019)
– “En el fondo fuimos mejores por carta”, Joan Margartit (Juan Cruz. El País, 18.01.2020)
– The Letters That Outgoing Presidents Wrote to Their Successors (Alex Kalman. The Atlantic, 14.11.2020)
– Las octavillas de Ignacio: Universidad y activismo político. Esta colección de documentos refleja el ambiente del movimiento estudiantil en Madrid durante el franquismo terminal (Ignacio Varela. Fundación Felipe González, 8.06.2021)
Sin palabras no hay acuerdos, sin acuerdos no hay futuro.
Increíblemente interesante artículo. «¡Te saludo!», Esta frase, familiar para la mayoría de nosotros desde la infancia, parece irremediablemente anticuada. El correo electrónico se ha convertido en parte de la vida cotidiana, una parte importante de la correspondencia entre amigos y conocidos se lleva a cabo en las redes sociales. Sí, y la comunicación celular con su amplia disponibilidad no benefició a las cartas de papel Curiosamente, en la era del progreso técnico, la correspondencia postal está experimentando un renacimiento, ahora se ha convertido en un pasatiempo. Buena suerte!