Apenas transcurridos unos minutos de la publicación de la sentencia del Tribunal Supremo sobre el 1-O ya exigíamos a los expertos interpretaciones de la misma y a los políticos opiniones firmes sobre su contenido y su alcance. Es cierto que las hipótesis judiciales eran previsibles, con filtración adicional y ampliamente analizadas desde todos los ángulos con mucho tiempo, pero una reacción serena —de lectura y reflexión— habría sido muy necesaria. Ya sé que las emociones, las urgencias y los apriorismos nos devoran. Pero estoy convencido de que la política necesita reencontrar su tempo para intentar resolver el nudo doloroso y peligroso en el que estamos. El tenim pressa puede ser aceptable para activistas, militantes y ciudadanos, pero no es recomendable para dirigentes ni representantes. Y, ¡cómo no!, el tiempo es muy diferente para los que tienen libertad de movimientos o para los que no la tienen. Pero debemos intentarlo.
El contraste entre el tiempo dedicado por los magistrados a escuchar los testimonios, a aquilatar las pruebas, a valorar los alegatos de las acusaciones y las defensas y, posteriormente, a debatir y redactar la sentencia y la exigencia inmediata de respuestas, interpretaciones y certezas de esta fiebre mediática es brutal. La sentencia de la sentencia… estaba ya escrita.
Vivimos en un presente continuo, esclavos de nuestras sensaciones y emociones, necesitados de reaccionar inmediatamente ante cualquier estímulo. Olvidamos el pasado, del que solo nos interesan los recuerdos que confirman nuestros deseos del ahora. Deseos que convertimos en derechos absolutos. Olvidar la historia, por ejemplo, es especialmente pernicioso para la política. «Un hombre sin historia es como un hombre sin ojos», decía Plutarco, quien escribió un clásico que muchos deberían leer o releer: Consejos a los políticos para gobernar bien.
Carecemos de futuro, si quedamos atrapados e incapaces de tomarnos el tiempo para pensar proyectos y cómo hacerlos realidad. De pensar los argumentos a favor y en contra; de evaluar todos los escenarios e identificar las dificultades, costes y consecuencias de cada itinerario, por legítimo que sea. Nada relevante se consigue sin mayorías irreversibles. Y hoy estamos muy muy lejos de estos escenarios. Solo el diálogo y el pacto permite avanzar.
En nuestra compleja situación, a menudo se oyen voces que dramáticamente nos advierten de que se nos acaba el tiempo. No somos conscientes de que la clave para intentar solucionar nuestros problemas colectivos está precisamente en lo contrario. La política debe ser el arte de ganar ese tempo necesario para todos. Construirlo exige revisitar el pasado para examinarlo críticamente, de manera que nos permita realizar el acto de reconocimiento de los errores cometidos. De todos.
Es armar con paciencia un proyecto, con sus fines y medios, que supere la simple aspiración a una causa que consideramos absoluta. Si la política se queda sin espacio temporal, no hay soluciones. Las reacciones de estas horas y días deberían no perder de vista este valor incalculable que es construir nuestro propio tiempo.
Publicado en: El Periódico (16.10.2019)
Artículos de interés:
– Los ocho recados que envía Marchena (entre líneas) a los políticos (Carlos Sánchez. El Confidencial, 16.10.2019)
– Momento emocional (y electoral) (Rafel Jorba. El Periódico, 15.10.2019)
Tic, tac. La realidad aparente funciona a golpe de click, la realidad profunda funciona a golpe de clack, nada se resuelve a golpes, eso sí.
Solo tiene tiempo quien no tiene prisa y no tiene prisa quien ha aprendido a diferenciar lo profundo de lo superficial.