«Nuestro presidente comenzará una guerra con Irán porque no tiene absolutamente ninguna capacidad de negociación. Atacará a Irán antes de las elecciones [de 2012] porque cree que esa es la única forma en que puede ser elegido». Con estas palabras se despachaba Donald Trump hablando de Barack Obama en febrero de 2012, tanto en Twitter como en su desaparecido canal de YouTube. Su crítica, feroz ante un Obama al que consideraba nacido fuera de Estados Unidos, era clara: sin guerra, no hay reelección. Y esa guerra sería tan solo una excusa electoralista. Trump falló en su apreciación y Obama fue reelegido. Pero tal vez, 8 años después, no ha olvidado esa idea.
El asesinato con misiles del general iraní Qasem Soleimani, el pasado 3 de enero, puede desencadenar esa guerra, precisamente en año electoral. Y ello sorprende a la opinión pública estadounidense y mundial. No solo porque fue el propio Trump quien atacaba a Obama por este tema, sino también porque fue él quien llegó a la presidencia prometiendo oponerse a los «líos» en el extranjero —como quedó patente en su retirada de Siria—.
En este sentido, se indica en medios que al presidente estadounidense, ante el ataque a la embajada en Bagdad por parte de milicias apoyadas por Irán, se le presentaron determinadas medidas. Y él escogió la más dura: matar al presunto culpable. Esa protesta contra la embajada estadounidense, del 27 de diciembre, tal como explica Thomas Friedman en The New York Times, podría haber sido una operación organizada para que pareciera que los iraquíes querían la salida de Estados Unidos (tapando protestas parecidas contra la embajada iraní unos días antes). Siguiendo con Friedman: «En cierto modo, es lo que mató a Suleimani. Quería cubrir sus fracasos en Irak y decidió comenzar a provocar a los estadounidenses allí, bombardeando sus fuerzas, esperando que reaccionaran de forma exagerada, mataran a los iraquíes y los volvieran contra los Estados Unidos. Trump, en lugar de morder el anzuelo, mató a Suleimani».
El objetivo de Trump está claro: matar al matón para mostrar un mensaje claro a Irán y a su imperialismo en la región. Sin embargo, las consecuencias no lo están tanto. De hecho, lo que hasta hace unas semanas eran, en Irán, manifestaciones contra el régimen, se han convertido ahora en manifestaciones anti Estados Unidos. También el domingo, el Parlamento iraquí puso en marcha el proceso para expulsar a las tropas estadounidenses de Irak, que ha sido un objetivo a largo plazo de los iraníes.
Los tuits del presidente (la herramienta de relaciones internacionales de Trump, por lo visto), además, no ayudan. En ellos dice que atacará 52 objetivos iraníes (incluyendo culturales —lo que se considera crimen de guerra—), si hay represalias. Las represalias iraníes han tenido lugar esta noche, en forma de bombardeo con misiles a instalaciones militares, por lo visto controlado, para evitar muertes. Irán pide ahora que se quede aquí la cosa. Trump, en Twitter, anuncia que hablará en unas horas. El mundo tiembla, a la vez que observa Twitter con miedo.
Mientras tanto, las elecciones siguen acercándose. En un Estados Unidos, cada vez más polarizado, no parece que ninguna decisión de Trump vaya a cambiar la decisión de voto. Según 538, la valoración negativa del presidente ha aumentado un 0,3%, situándose en un 53,3% de desaprobación, lo que no es nada destacable.
Sea como sea, el posible inicio de una guerra, sin ningún gran ataque de Irán a los norteamericanos, no parece, por ahora, que vaya a tener efecto electoral. En una guerra se busca el denominado Rally round the flag effect. Tal como indica Xavier Peytibi, este término politológico, enunciado en 1970 por John Mueller, sugiere que, en situaciones de crisis, especialmente en conflictos internacionales o cuando existe un enemigo a quien «culpar», el pueblo cierra filas en torno a su líder y se une para salir adelante, todos a una.
Peytibi pone el ejemplo del ataque a las Torres Gemelas. El 10 de septiembre de 2001, la valoración positiva de la presidencia de George Bush era del 51% de la población. Al día siguiente tuvieron lugar los ataques a las Torres Gemelas. El 15 de septiembre, la valoración positiva de Bush era del 86%. Había subido unos increíbles 35 puntos. El 22 de septiembre, después del lanzamiento de la «guerra contra el terror», llegó al 90% de valoración positiva, el récord en la historia política estadounidense.
Para entender mejor este efecto, especialmente en el caso de George W. Bush, recomienda leer el interesantísimo artículo Anatomy of a Rally Effect: George W. Bush and the War on Terrorism, en la revista Political Science&Politics. Pero no es el único caso. Luis Arroyo hablaba de este efecto en Jimmy Carter, durante el rescate de los rehenes en Irán (cuando pasó del 32% al 58% de aprobación). También sucedió con la crisis de los misiles de Cuba en 1962, cuando Kennedy pasó del 61% de aprobación al 73%. En septiembre de 2012, China hizo un llamamiento nacionalista a la población para defender las islas Sendaku, lo que hizo mejorar mucho la aprobación de su gobierno. Un enemigo exterior o una gran acción patriótica ayuda a focalizar los apoyos en el gobierno.
Pero tenga o no tenga efecto electoral, en unas horas sabremos si tiene efecto en la historia. Atentos a Trump.
(Más recursos e información en ELECCIONES USA 2020)
Fotografía: Library of Congress para Unsplash
Al contragolpe a veces se ganan partidos, los campeonatos largos requieren algo más.