El Gobierno progresista ya está cerrado tras la correosa sesión de investidura de Pedro Sánchez. Una sesión bronca y polarizada que anticipa una legislatura compleja y angosta. Una legislatura que pondrá a prueba la solidez de la coalición y la naturaleza de su pegamento. Van a necesitar algo más que acuerdos programáticos y de resolución de diferencias o conflictos. Han acordado los consensos y pactado los disensos. Pero un Gobierno de coalición no es un contrato, es una cultura de práctica política. No es letra, solo. Es espíritu, atmósfera y actitudes. Es lealtad y confianza, más que mero cumplimiento y seguimiento.
La coalición progresista arranca tras una tormentosa y larga fase competitiva entre el PSOE y Unidas Podemos. Una fase cainita donde la polarización, la confrontación y la rivalidad han dejado cicatrices, algunas no bien cerradas. Ambas formaciones no solo comparten frontera ideológica y electoral —con las legítimas tentaciones políticas de ampliación territorial— sino intersecciones muy profundas entre sus electorados. Es decir, hay un enorme caudal de electores que bien pueden votar por una u otra fuerza y una inmensa mayoría que, aunque no esté dispuesta a votar por el otro, sí que desea que sus partidos gobiernen juntos.
No habrá estabilidad, continuidad y profundización de la coalición progresista si esta tarea corresponde únicamente a sus líderes y partidos. Construir base electoral compartida, alimentar la alianza con los sectores no alineados y ampliar el espacio de la cultura política del progresismo es tarea de partidos, pero, sobre todo, de militantes, activistas y electores. Los líderes cometerán errores, defraudarán y se pelearán. Solo la consistencia de la mayoría social que les apoya podrá amortiguar y sostener la coalición, aunque esta se tensione, dude o sospeche de su continuidad.
El verdadero Gobierno de coalición debe ser con la sociedad y de la sociedad. «Ampliar el círculo del nosotros» (en palabras del filósofo estadounidense Peter Singer) es una tarea política tan importante como la gestión programática. ¿Quién la hará? ¿Quién va a trabajar por la coalición? Los partidos tienen una gran responsabilidad por delante, pero también los diversos espacios sociopolíticos, donde la sociedad progresista puede cooperar y consolidar esta coalición. No se trata solo de evitar los problemas o las tensiones (algunas ya han aflorado con inusitada fuerza estos días). Pasar de la etapa de confrontación y competición a la de colaboración y cooperación es un ejercicio que reclamará inteligencia emocional, responsabilidad histórica y sentido de la contención.
Los electores progresistas premiarán los liderazgos generosos. Esta coalición ha costado mucho, incluso, algunas veces, contra la voluntad o pericia de sus propios protagonistas. Los electores de ambos van a exigir generosidad, ductilidad y lealtad. Quien se comporte de manera cicatera, especulativa, permanentemente táctica y ventajista arañará cuotas de poder y visibilidad, pero se abrirá una brecha de confianza con los electores duales (aquellos que pueden votar a una u otra fuerza) y con sus propios electores.
La coalición progresista es un patrimonio de la sociedad progresista, no de sus líderes. Esta oportunidad histórica (el primer Gobierno de coalición de nuestra democracia reciente) obligará a sus protagonistas a postergar su rivalidad para centrarse en su complementariedad. Pasar de competir a colaborar es un ejercicio de humildad en el que los egos no ayudan, el cortoplacismo no sirve y la deslealtad no es bienvenida.
Publicado en: El Periódico (12.01.2020)
Artículos asociados:
– Blindar la esperanza (Josep Maria Vallès, Victoria Camps, Lluís Rabell. El País, 8.01.2020)
Ampliar el nosotras es una tarea gigantesca cuando más o menos la mitad, de inicio, están a la contra, sin embargo, es la tarea.
Hasta ahora los votantes de los dos partidos hemos confiado en ellos y hemos avalado en las respectivas consultas ese propósito de lealtad y colaboración, pero para mí es muy importante que lo lleven a buen termino «ellos», fracasar ahora sería dar el poder a la derecha para muchísimos años.