Este artículo forma parte de la serie de contenidos del espacio ELECCIONES USA 2020, donde irán escribiendo distintas firmas invitadas.
La pandemia mundial producida por el COVID-19 ha acaparado el total de la atención mediática y política de las últimas semanas. Y, a pesar de la reticencia inicial de la Administración Trump para aceptar la magnitud de la crisis, Estados Unidos no está siendo la excepción.
A nivel político, el coronavirus ya se ha cobrado su primera víctima: el proceso de primarias demócratas.
El muy esperado duelo entre Joe Biden y Bernie Sanders, en forma de un debate cara a cara que iba a enfrentar al ala moderada y progresista del Partido Demócrata y marcar tanto el futuro de la nominación como de la relación entre ambos sectores, terminó difuminado por el coronavirus. Con saludo de choque de codos y distancia prudencial entre los candidatos incluidos, ambos se esforzaron por vincular la pandemia con sus ideas políticas, especialmente en lo relativo al Medicare For All, pero la preocupación y la atención ciudadana ya estaban en otro lugar.
Terminó así la oportunidad de Sanders de reclamar el progresismo como la vía adecuada para el partido, y seguramente su retirada de la campaña se diluya en la gestión diaria de la crisis. Pero también Biden ha perdido momentum: su victoria arrasadora en Florida, Illinois y Arizona ha recibido menos atención de la que merece. Y, a pesar de tener prácticamente asegurada la nominación, con 1.181 delegados a su favor y una distancia de casi 200 sobre Sanders, no está teniendo espacio para agrupar a las diversas bases demócratas en torno a su proyecto político. Algo que le puede costar caro en noviembre.
Pero hay otra figura política gravemente afectada por el coronavirus: el propio presidente Donald Trump, a quien el avance de la pandemia ha llevado a una posición muy delicada.
El coronavirus es, seguramente, la primera crisis que debe afrontar Trump que no ha provocado él mismo. Y le está pasando factura: primero, porque cuestiona su gestión; segundo, porque pone en jaque a su economía; y tercero, porque hace peligrar el liderazgo de Estados Unidos en el mundo. Tres factores esenciales para conseguir su segundo mandato en las elecciones presidenciales de noviembre.
Inicialmente, Trump intentó gestionar esta crisis como ha capeado las anteriores: tirando de argumentario «Keep America Great» y responsabilizando a los demócratas y a los medios de comunicación por la creciente histeria social, repartiendo apretones de manos y reuniéndose con importantes empresarios (poniendo y poniéndose en riesgo de contagio) para garantizar que la economía seguiría siendo boyante y, por su puesto, culpabilizando a China de la aparición y expansión del brote.
Pero la realidad le ha obligado a cambiar radicalmente su discurso en los últimos días. Con murmullos sobre una crisis de las dimensiones de la Gran Recesión a las puertas del país, se está considerando en el Congreso un plan de estímulo económico por valor de 1 trillón de dólares y la Reserva Federal ha bajado el interés a casi 0, sin conseguir el descenso de las bolsas de valores. Datos preocupantes que podrían llevar a una tasa de paro del 20% en los próximos meses si no se revierten, algo que acabaría con el argumento central de Trump para mantener la presidencia.
Más preocupante todavía es el impacto que está teniendo sobre la salud pública. Las medidas de distanciamiento social, higiene y confinamiento, en la medida de lo posible, llegan tarde, con más de 14.300 infectados y 217 muertos en el país. La menor protección social de los trabajadores implica que miles de personas siguen desplazándose diariamente y propagando la epidemia para no quedarse sin trabajo y, potencialmente, sin cobertura médica.
También el sistema de salud está en jaque. No solo por la dificultad de hacer frente a una gran cantidad de enfermos con recursos limitados, como ya hemos visto por la escasez de materiales como mascarillas en España y otros países, si no porque el habitual sistema de sanidad privada, que segrega por clase económica, dejará fuera a muchos pacientes y pondrá nuevamente en evidencia las brechas sociales existentes en el país, además de requerir una reformulación para dar atención a estas personas y controlar la propagación del virus.
Ante esta debacle económica, social y política, también se está cuestionando el lugar de Estados Unidos en el mundo. Con una China volcada en enviar material médico y compartir sus conocimientos para frenar y gestionar el coronavirus en otros países, además de desarrollar una vacuna contra reloj, el «America First» de Trump muestra la debilidad de una potencia en retirada que deja el liderazgo de la crisis global a su mayor rival. Si las consecuencias del coronavirus terminan siendo peores en Estados Unidos que en China, su sistema político, social y económico quedará muy dañado ante la opinión pública internacional.
Nadie podía prever la magnitud de la crisis producida por el brote de coronavirus en China hace unos meses, tampoco Donald Trump. Pero el coronavirus llama a su puerta y la gestión que haga de la crisis será determinante tanto para el futuro de su presidencia y su país, como del sistema internacional actual. Y es que su repercusión puede marcar un antes y un después: cuando salgamos del confinamiento podemos estar ante un nuevo sistema con nuevos liderazgos y nuevas prioridades mundiales.
(Más recursos e información en ELECCIONES USA 2020)
Fotografía: Tabrez Syed para Unsplash
Dentro de lo desastroso de la pandemia, provocar la caída de Trump y de las convicciones de quienes le votan, sería muy positivo para la posterior recuperación, o posguerra, llamaló como quieras.