«Las cosas no valen por el tiempo que duran, sino por las huellas que dejan».
Proverbio árabe
Julio Cortázar escribió en 1966 un delicioso cuento, La autopista del sur, publicado junto a otros relatos cortos en el libro Todos los fuegos el fuego. En la historia, un monumental atasco bloquea a miles de automóviles durante varios días en un grandioso embotellamiento en la autopista entre Fontainebleau y París. Durante el confinamiento, suceden ráfagas de amor, ejemplos de solidaridad, reflexiones muy profundas y algunas miserias humanas. Esa comunidad, artificialmente creada, debe subsistir ayudándose los unos a los otros. No pueden moverse. Pero «la sensación contradictoria del encierro en plena selva de máquinas pensadas para correr» permite a cada persona un alto en el camino inesperado, involuntario, indeseado. Un atasco para desatascar, en algunos casos, otros tapones interiores, del alma, del espíritu. Un atasco, paradójicamente, liberador.
Abruptamente, el nudo automovilístico empieza a desatarse y todos los conductores y pasajeros corren a recuperar el control de su máquina. En la nueva huida, se dan cuenta de que no hicieron las preguntas importantes que esa inmovilidad les provocaba. Olvidaron nombres y teléfonos que nunca preguntaron, olvidaron promesas que comprometieron, olvidaron incluso objetos en autos ajenos, en arcenes acogedores, en márgenes de nuevas comunidades. Y los vínculos desaparecieron («el grupo se dislocaba, ya no existía») mientras la serpiente motorizada volvía rugir.
Fue inútil, después, intentar recuperar el contacto visual con aquellos con los que intimaron en unas horas, con aquellas personas que cambiaron sus vidas. Perdieron la oportunidad única que podía cambiar sus vidas. Volvieron a correr, cada uno en su carril, sin sentido, en la autopista del sur. El atasco les abrió una oportunidad. Volver a correr se la hizo perder. («El 404 había esperado todavía que el avance y el retroceso de las filas le permitiera alcanzar otra vez a Dauphine, pero cada minuto lo iba convenciendo de que era inútil, que el grupo se había disuelto irrevocablemente»).
Escribía Rafael Vilasanjuan, también aquí, en las páginas del Cercle d’Economia, que «lo único que de verdad podemos afirmar es que vivimos en la incertidumbre de un confinamiento que ha de acabar algún día, sin saber qué deberemos hacer cuando se abra la puerta». La historia de Cortázar es una bella y aleccionadora historia de lo que puede pasarnos cuando las puertas se vuelvan a abrir. Tenemos que aprovechar este momento para hacernos las preguntas adecuadas, para buscar las respuestas que transformen nuestros comportamientos y, quizá, modelos de negocio.
Esta crisis clarificará lo que nunca debíamos haber olvidado: Hay cosas que tienen precio y ya no tienen valor. Hay cosas que tienen mucho valor… y no tienen precio. Los modelos de negocio deberán explorar alternativas al puro crecimiento y legítimo lucro. Habrá que explorar un capitalismo consciente de sus límites, de sus obligaciones y de sus posibilidades. Otra sostenibilidad y, quizá, otro concepto de riqueza.
Este confinamiento paraliza la economía, pero puede reactivar el compromiso por el interés general y reconectar lo importante con lo necesario, lo urgente con lo vital. No hay mercados sin sociedad, no hay sociedad sin equidad. Vamos a necesitar una alianza por el bien común que es mucho más que la insuficiente apelación a la colaboración público-privada. Otro desarrollo económico es necesario, si queremos garantizar la triple sostenibilidad que garantiza el futuro porque hace viable el presente: medioambiental, social y económica. Esto no es un continuará… nos encontramos ante un reinicio, un reset total.
En el cuento de Cortázar, los confinados redescubren el placer de la incertidumbre creativa. Poder pensar sin limitaciones, poder conversar sin horarios. Descubren que el intercambio, el desarrollo de redes de solidaridad, la ayuda mutua —la primera autoayuda—, permite establecer vínculos de nueva sociabilidad cooperativa. Aprovechemos esta incertidumbre creativa, y trágica. Para cuando la puerta se abra, salgamos más sabios y conscientes de que no hay futuro si no se declina en primera persona del plural.
Publicado en: Cercle d’Economia (15.04.2020)
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– Conferencia inaugural del ciclo de debates impulsado por el Cercle d’Economia: Barcelona capital global del #HumanismoTecnológico (video y podcast)
Empresa y Sociedad
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Gracias por compartirlo! Bellísima reflexión…
Esta entrada me parece brutal y muestra el valor de la literatura como la única y gran conocedora del alma humana. Si hay un camino, ese lo marca este post. Muchas gracias.
Gracias por esta pequeña dosis de esperanza.