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¿Cuánta dureza puede soportar la democracia?

La reflexión sobre los límites y las bondades de lo políticamente correcto y de la cortesía parlamentaria para la calidad y el vigor de nuestra política democrática es un tema tan apasionante como discutible. Y actual. ¿Se puede ser duro sin lesionar la vida política y democrática? Sí, aunque hay una gran diferencia entre la dureza y la agresividad; la contundencia y la inquina, o la consideración de los rivales como adversarios o enemigos. A los primeros se les combate democráticamente y se compite con ellos electoralmente, a los segundos se les pretende destruir. Hay un abismo.

La fuerza del parlamentarismo no está en que sea muy homogéneo, por el contrario, una democracia fuerte es aquella en la que, partiendo de intereses y puntos de vista distintos, se permite —se avala, se tolera y se protege— la discrepancia, por muy profunda que sea.

La práctica parlamentaria no está orientada a convencer a los otros grupos de la oposición para que cambien el sentido de su voto. Es esta una apelación retórica que se ejerce desde una cierta demagogia para abdicar de la responsabilidad máxima de un parlamentario, que es convencer a la ciudadanía —y a sus electores— de la bondad de sus argumentos.

Para que este proceso sea eficaz debe reunir dos condiciones: ser libre y estar ordenado. El reglamento del Congreso (véase el artículo 104) confiere a la presidencia unos poderes extraordinarios —y discrecionales— para ejercer como árbitro imparcial. Pero no necesitamos más normas, ni interpretaciones más restrictivas, sino que es posible que la autorregulación sea más eficaz para hacer posible el juego limpio. En el caso de que la estrategia política de los actores políticos sea optar por una severa confrontación, eso no debe derivar inevitablemente en una guerra verbal que desacredite a personas, instituciones y responsabilidades. Cinco normas de comunicación política pudieran hacer posible y compatible lo duro con lo legítimo.

1. No a las críticas ad hominem (falacia que consiste en considerar la falsedad de una afirmación tomando como único argumento quién la pronuncia). Este tipo de crítica es profundamente antidemocrática y degrada el debate político. Hay que criticar lo que dice o hace un adversario, pero no se descalifica al rival solo por el hecho de serlo o por su identidad. Además, en el ámbito parlamentario, cada electo es tan legítimo representante de la soberanía popular como el resto.

2. Adjetivos, los mínimos. Se describen acciones, hechos, políticas e ideas. Y sus consecuencias en la vida de las personas. Los adjetivos aportan exceso de subjetividad e impiden las argumentaciones lógicas, alimentan el ruido y enmascaran —muchas veces— la ausencia de propuestas, respuestas o alternativas.

3. El insulto personal debe ser desterrado del debate público. Pero la crítica y el contraste de ideas o comportamientos debe ser aceptable, por duro que sea. La inquina personal reduce la confrontación a un matonismo parlamentario que impide el legítimo —y exigible— debate de modelos y alternativas. El insulto es el atajo de los incapaces.

4. Los datos deben poder ser siempre contrastados, avalados y contextualizados. Su manipulación, alteración o distorsión son un retroceso de la calidad democrática. Mentir deliberadamente en el hemiciclo es una falta grave a la ética política y un deterioro de la razón como argumento de la construcción del interés general.

5. Los familiares deben quedar al margen de los debates. Salvo implicaciones políticas directas o supuestamente delictivas. La vida privada puede ser política. La íntima, nunca.

Formas son fondo en una democracia. Debates fuertes pueden fortalecer nuestra democracia, pero los agresivos la debilitan, la degradan y la instrumentalizan.

Publicado en: La Vanguardia (1.06.2020)

 

Artículos de interés:
La polarización se instala en una escena política de discursos cada vez más simplistas (Silvia Hinojosa. La Vanguardia, 30.05.2020)

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2 COMENTARIOS

  1. Entiendo que como analista político no debes poner nombres y apellidos a quienes últimamente incumplen empecinadamente las cinco normas , pero los ciudadanos si podemos y si bien el gobierno y sus apoyos han cometido algún error por hartazgo o por ingenuidad, la oposición (PP y VOX) incurre constantemente en el mayor desprecio y obstruccionismo posible al parlamentarismo y al desarrollo de la democracia. Voy a conceder a Cs un pequeño margen de confianza, que no se si se lo merece, pero a la mínima lo pongo entre paréntesis con los otros dos.

  2. La dureza suele estar relacionada directamente con la fragilidad. La democracia es como el cristal, dura y frágil. Los que pretenden destruirla son los amantes de los vidrios y los cristales rotos. Los cristales rotos cortan siempre. Menos dureza y ductilidad.

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