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Miedo a los ancianos

España tiene 4,7 millones de hogares unipersonales, según los datos del 2018 del Instituto Nacional de Estadística (INE), de los cuales casi la mitad son ocupados por los dos millones de mayores de 65 años que viven solos. De ellos, más de 850.000 tienen más de 80 y la gran mayoría (662.000 personas) son mujeres. Un informe reciente publicado por Envejecimiento en Red (una plataforma web colaborativa del CSIC) presenta una  serie  de  indicadores  demográficos,  de  salud,  económicos  y  sociales  que  nos proporcionan una visión de la situación de las personas mayores en España. Todos los datos coinciden: no somos sostenibles demográficamente y nuestro futuro está seriamente amenazado en su equilibro.

Discriminación. En este contexto, la pandemia ha introducido un fenómeno perverso: el miedo a las personas mayores. Una hiriente y desagradecida discriminación que crece entre los pliegues de unas sociedades miedosas e hipocondríacas, y que refleja la ruptura profunda de los vínculos y lazos de solidaridad intergeneracional en nuestra vida cotidiana. En abril de este año, un texto publicado por más de cuarenta especialistas internacionales de salud pública expresaba su «profunda preocupación por las actitudes discriminatorias contra la edad que se expresan consciente o inconscientemente durante esta pandemia».

La discriminación hacia los mayores suele estar teñida de prejuicios y creencias falsas. Los modelos políticos anuncian y plantean el envejecimiento de una población como una amenaza, incluso una pesada carga de gestión para la economía. Una pandemia que acentúa la estigmatización de las personas mayores, en particular, a través de un «discurso público perturbador que cuestiona el valor y la contribución de estas personas a la sociedad».

Invisibilidad. La tergiversación de la COVID-19 como un «problema de los ancianos» ha agudizado la gerontofobia (miedo, rechazo y repudio a los mayores) que asocia la vejez a la ineptitud, la enfermedad, la improductividad, la dependencia y hasta la fealdad; mientras que la juventud, por el contrario, está asociada a la belleza, la capacidad, la salud y la competencia. El bullying a las personas mayores es real, así como su invisibilidad en el discurso político. La letalidad pandémica de las personas mayores —de la que la tragedia de las residencias es la punta del iceberg— ha destapado una realidad invisibilizada que debería ruborizarnos y alarmarnos.

Responsabilidad. El respeto y el cuidado a las personas mayores, en especial a las que viven solas y, además, están enfermas o tienen problemas de salud cronificados, es un tema que debería estar en el epicentro del debate político. No podemos derivar esta responsabilidad colectiva sólo a los sistemas asistenciales, sin abrir un debate a fondo, sobre qué sociedad queremos y cómo vamos a sostenerla en términos intergeneracionales.

Soledad. La soledad, por ejemplo, no es un tema personal. No es siempre una elección. Muchas veces es la consecuencia de un deterioro agudo del marco relacional, de la pérdida de vínculos familiares y de profundas heridas socioeconómicas que lastran la autonomía y una vejez segura, tranquila y cuidada. Un dato, a modo de ejemplo: en el discurso de investidura del actual presidente, la palabra soledad fue pronunciada una sola vez. «Vamos a actuar ante una problemática creciente en nuestras calles y que afecta a nuestros mayores singularmente, y es aprobar una estrategia frente a la soledad no deseada», anunciaba. Esperaremos.

Decía Gabriel García Márquez que «el secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad». Ese pacto no es posible en un entorno que se desentienda de nuestra realidad. España envejece mal en soledad, no lo quiere asumir y, además, ignora sus consecuencias. Un pacto generacional se impone urgentemente.

Publicado en: La Vanguardia (03.09.2020). RESET (6)

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