Esta noche, se ha producido un auténtico debate que habrá decepcionado a los duros (de ambos lados) pero que, quizás, ha dado muchas pistas a esa minoría clave en los Estados decisivos. Hay menos indecisos que nunca (sólo un 5%), Biden recauda el triple que Trump, va por delante en las encuestas y es el favorito; pero esta noche estas diferencias reales no se han traducido en una victoria clara. Todo está abierto.
La moderadora Kristen Welker, que arrancó con una advertencia a Donald Trump —«esperamos que no se interrumpan porque queremos escuchar sus propuestas»—, ha marcado muy bien el ritmo del debate. Hemos escuchado, realmente, visiones y propuestas. Trump que llegó a cuestionarla («una persona de la Administración Obama») para insinuar su sesgo prejuicioso, la ha elogiado al afirmar que «hasta ahora no tengo queja de cómo lleva el debate». No ha colisionado con ella por todo lo que representa: moderadora profesional y mujer afro. Ha controlado su actitud, su instinto pendenciero y ha peleado en serio por cada voto, por cada segmento electoral.
Biden llegó con mascarilla y la exhibió en los primeros momentos del debate. Con menos maquillaje y con una imagen menos acartonada, más natural, ha estado con el ceño fruncido, con determinación, mostrando un carácter que muestra sus valores y sus convicciones (en especial en el tramo del debate sobre la política de inmigración) y ha reivindicado su promesa de unir a una sociedad profundamente polarizada y divida: «No quiero estados rojos y azules», en alusión a los colores tradicionales de republicanos y demócratas.
El candidato Trump ha estado más serio que el presidente Trump. Ha mostrado más ideas, propuestas y visiones. Trump ha ido por faena, menos arrogante y displicente. Un nuevo Trump que ha sido más convincente para los que aún dudan. Se ha dirigido más a estos electores que sus fervorosos partidarios. Parecía un debate aburrido cuando no lo ha sido. Realmente nos hemos acostumbrado demasiado al esperpento Trump. Finalmente, el supuesto y esperado ataque hiperbólico del presidente, ha sido una ordenada y metódica estrategia de desgaste de Biden sembrando dudas. «Me presenté por ti, por lo que hicisteis Obama y tú», ha dicho Trump acusando constantemente a Biden de «hablar mucho y no hacer nada» y minar su reputación («eres un político corrupto, no me vengas de inocente»).
La palabra «plan» ha estado muy presente en toda la noche. Biden usándola constantemente contra Trump para decir que no tiene planes contra la Covid-19 ni otras políticas públicas, apretando sobre el carácter frívolo, irresponsable e improvisado del presidente. Y Trump ha remarcado que «los planes de Biden» costarán mucho dinero, apuntando bien a los sectores de clases medias temerosos de una política fiscal más agresiva.
Biden, con un bolígrafo en sus manos casi toda la noche, ha mostrado una actitud prudente, a pesar de la ventaja que le otorgan las encuestas. Ha querido mostrar un estilo atento, receptivo y eficiente, frente al «hablas mucho y no haces nada» o los 47 años de servicio público acumulados. Y se ha sacudido la presión de sombras reputacionales de financiación irregular que ha dejado caer Trump sobre sus hijos y sus hermanos («eran como una aspiradora de dinero»), reivindicando el trabajo de su hija como trabajadora social y lo que mucho que ha aprendido de ella. «Lo importante no es su familia o la mía, sino sus familias y sus problemas», ha replicado Biden.
«¿A quién escucha usted?» le preguntó a la moderadora, al inicio del debate sobre la relación de Trump con los científicos. No sabemos a quién escucha el presidente pero sí ha escuchado a sus asesores que le han preparado bien para un debate.
Biden, ha reivindicado, «mi reputación y la suya, y que nuestros caracteres son claros y diferentes» como último argumento electoral. Es cierto que esta noche los argumentos de Trump han sido más visibles que sus bravuconadas o sus excesos («Soy la persona menos racista del mundo, la menos racista que hay en la sala», ha dicho Trump en pleno delirio narcisista).
Abraham Lincoln que ejerció como decimosexto presidente de Estados Unidos, y que ha sido citado varias veces esta noche, afirmaba: «Casi todos podemos soportar la adversidad, pero si queréis poner a prueba de verdad el carácter de un hombre, dadle poder». Ambos candidatos han cerrado la pregunta final («¿Qué les diría a los que no le han votado si llegar a ser presidente?») fijando muy bien sus puntos fuertes. Trump apelando al éxito económico («Si él gana, vamos a tener una depresión como nunca»), y Biden al sueño americano («Elegir la esperanza frente al temor»). O mercado o nación. O éxito según tu suerte, o derechos para todos sin distinción. Esta es la cuestión de fondo que se dirime el próximo martes. Un debate que nos hace pensar, en serio, lo que se juega en esta elección.
Publicado en: El País (23.10.2020)
Fotografía: Library of Congress para Unsplash
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Trump enreda para enredar al adversario, mientras tanto y mientras el adversario intenta salir del enredo el tiene otro plan para recuperar a los que no les gustan los enredos, los conservadores prudentes que necesitan un mínimo de sensatez como excusa para no votar demócrata, a ello se dedicó el otro día.