Todo. Ahora. Para todo el mundo. Esta es la tríada de la impaciencia que devora a la política: Queremos todas las soluciones y servicios, todas las respuestas; las queremos de manera urgente, inmediata, sin transiciones; sin límites, y que lleguen a todas las personas, sin costes, sin esfuerzo. Hemos dinamitado principios básicos de la política democrática orientada al interés general. La progresividad, la gradualidad y la prioridad como criterios ordenadores de las políticas públicas son exigidos y desbordados por una sociedad impaciente, adolescente, a veces caprichosa, que reclama sin limitaciones. Y por una política devaluada que alimenta el presentismo y el inmediatismo como una fórmula para congraciarse con una ciudadanía hipercrítica y exigente. El bucle insaciable.
Palabras clave para una cultura democrática sólida como después, en parte, con costes, con prioridades han dejado de ser útiles para la gestión de lo común, en medio de un torbellino de novedades y sucesos que no permiten la calma, la decantación o la evaluación. Un sentimiento difuso de desorientación y malestar causado por la dificultad de comprender lo que está pasando (a nuestro alrededor y en el mundo) y que se acrecienta y facilita por un acceso instantáneo a todo tipo de información. La concentración alarmista de hechos negativos contribuye a la «catastrofización» del mundo, que convive, a la vez, con la imagen de impotencia que transmiten las y los políticos. Sobre este estado de ánimo colectivo es fácil construir una demanda de seguridad aparente, de certeza superficial, de autoridad rápida.
La democracia instantánea es justo lo contrario de la democracia que necesitamos: la de equilibrios, decantaciones y alternativas ponderadas. El legendario periodista, Bob Woodward, dos veces premio Pulitzer, afirmaba recientemente que los medios viven una era en la que «la impaciencia, la velocidad y el resumen» lo dominan todo. Así, convertimos a los lectores y lectoras en consumidores de atención, no de conocimientos.
La impaciencia tiene, también, otras consecuencias en esta pandemia. El economista Branko Milanovic señalaba que «los gobiernos occidentales no estaban dispuestos a adoptar la estrategia asiática contra la pandemia por culpa de su cultura de la impaciencia y sus ganas de resolver todos los problemas rápidamente asumiendo muy pocos costes». Esta aceleración presume que los resultados y las respuestas podemos reducirlas a la ilusión de conseguir lo imposible a golpe de clic, like, o scroll. Pues no. La cultura del pulgar no puede convertirse en la medida de todas las cosas.
En el libro Factfulness. Diez razones por las que estamos equivocados sobre el mundo. Y por qué las cosas están mejor de lo que piensas, sus autores, Hans Rosling, Ola Rosling y Anna Rosling Rönnlund, nos advierten que el instinto de la urgencia es uno de los peores distorsionadores de nuestra visión del mundo. Todo, ahora y para todo el mundo no solo no es posible, sino que es el camino más directo para no conseguir lo que se persigue.
Publicado en: La Vanguardia (21.01.2021). RESET (16)
Enlaces de interés:
– ¿Hay solución? (Joaquim Coello. La Vanguardia, 24.12.2020)
– Por qué estas Navidades son como son: la explicación de un intelectual católico (Esteban Hernández. El Confidencial, 26.12.2020)
– El Senado: donde pararse a pensar (Manuel Cruz, 2.01.2021)
– Lecciones políticas de la pandemia (Entrevista a Manuel Arias Maldonado y Pablo Simón. Letras Libres, 1.01.2021)
Hay dos elementos que nos hacen iguales, la muerte y guardar la cola en el supermercado… y los dos están sujetos a extrema tensión en estos momentos.