Entrevista con Javier García para Sintetia, que reproduzco a continuación:
Cuando ocurre algo relevante en la sociedad americana, le llamo. Antoni Gutiérrez-Rubí es una mente lúcida, que sabe leer muy bien los cambios sociales y políticos. Especialista en comunicación política, apasionado de su trabajo y siempre logra ser portada en medios como El País cuando algo transcendental ocurre en política.
Le entrevisté cuando queríamos comprender mejor la relación entre la política y la digitalización, o cuando queríamos comprender qué podía significar Wikileaks: “Si no se podía saber, decir, ni explicar… es que quizás no debería hacerse. Esta es la gran aportación de Wikileaks”.
Hablamos cuando queríamos comprender la victoria de Obama, y nos dijo que: “las batallas políticas y electorales del futuro serán culturales. Comprender mejor el mundo de relaciones y de consumo informativo o cultural de los electores, identificando a los mismos y creando patrones de comportamiento, ha sido clave. Es solo el principio”.
Por supuesto, hablamos mucho de España, y ya en 2016 nos decía Antoni: “La realidad está superando cualquier previsión o ficción. El realismo no es mágico en nuestro país. Es trágico. La política, en su conjunto, ha perdido la capacidad de liderazgo de lo público. Y, al mismo tiempo, hay una demanda insaciable, insatisfecha e impaciente de más y mejor política”.
Hablamos de Trump: “El hombre que miente (sin rubor, sin pudor), que insulta (sin complejos) y que desprecia (sin respeto) puede ganar las elecciones (…)
Trump acusa a Google y a los periodistas de estar en un complot contra él. Nunca como hasta ahora se había producido una ruptura tan profunda entre las élites y un candidato presidencial”.
También hablamos de esta pandemia y su impacto: “Esta crisis va a necesitar más y mejor política. Más presencia del Estado en la vida económica y una revisión profunda de nuestros modelos productivos. Necesitaremos un Parlamento intenso, activo y exigente”.
Y, de repente ganó Biden, la pandemia no acaba, necesitamos un reset como sociedad… y por eso volvemos a hablar con Antoni Gutiérrez-Rubí…
— ¿Crees que es una noticia positiva para el mundo?
Sí, pero es una condición necesaria pero no suficiente para avanzar hacia un multilateralismo de la cooperación y no la competición ni la confrontación.
Y también para avanzar decididamente en la Agenda 2030 y en un “reset” económico hacia un capitalismo consciente de empresas con propósito como esta misma semana hemos podido ver en la cita anual del WEF.
Espero también que se creen las condiciones para reformar algunas las instituciones multilaterales que siguen ancladas, todavía, en el marco mental del siglo XX —en especial del escenario post II Guerra Mundial-—y que necesitan reformas eficientes para convertir estas instituciones en la semilla de gobernanzas compartidas adaptadas al siglo XXI.
Confío, además, que podremos discutir, en serio, sobre las implicaciones de la economía digital, la revolución 4.0, la inteligencia artificial y el debate —inaplazable— sobre el humanismo tecnológico y el enorme poder oligopolístico que tienen las grandes plataformas digitales. La agenda es intensa y crítica.
Biden será, probablemente, Presidente de un solo mandato y, liberado de los compromisos de la reelección, puede ser más audaz y decisivo para enfrentar los retos. Puede sorprender. El eterno “segundón”, puede liderar los cambio y hacer urgente lo necesario.
— Biden llega anunciando crear puentes, ¿ha cambiado la forma de liderar en Estados Unidos? ¿Qué es lo más urgente que tiene que hacer para volver a crear sentimiento de país?
Biden tiene una gran oportunidad para repensar el liderazgo de los Estados Unidos con una voluntad menos dirigista y con mayor complicidad con el resto de las naciones democráticas. Pero fracasará si, en política interior, no es capaz de reunificar el alma de la sociedad norteamericana hoy fuertemente dividida.
La grieta en los EEUU es profunda y muy polarizada. Los espacios de intersección, intercambio e interrelación están dinamitados. Biden debe representar a la mitad de un país que no lo reconoce como legítimo y que considera, además, que los demócratas quieren silenciar y amordazar a la mitad de los norteamericanos.
Los datos de inteligencia interior muestran que el enojo y el rechazo profundo entre los electores republicanos alimenta y creó un ecosistema favorable para el extremismo: desde la conspiración al terrorismo nacional.
El trumpismo existirá sin Trump. Y los movimientos patrióticos extremos están organizados, han demostrado su capacidad y son fuertemente hostiles al gobierno federal y a las nuevas autoridades.
En medio, el Partido Republicano se enfrenta a una grave crisis de identidad: con miedo a dejar de representar a la mitad del país, es posible que sea devorado por una bases extremas y radicalizadas.
— 70 millones de votos para Trump son demasiados. Ha logrado ‘radicalizar’ más el país a golpe de tuit y mensajes. ¿Qué ha hecho tan bien, desde una perspectiva de comunicación, para levantar esas pasiones y mantener vivas esas pasiones?
Trump fue el primero en comprender que las emociones son capital cognitivo. Primero intuimos, reaccionamos emocionalmente con una carga cognitiva extraordinaria. Luego actuamos, decidimos en base a esa información, y solo después, somos capaces de razonar y argumentar nuestra intuición, aunque estemos equivocados o los datos o la realidad indiquen claramente nuestro error de juicio, cálculo o elección.
Podemos, entonces, cambiar de opinión, sí; incluso reconocer nuestro error, pero es muy difícil. Por eso somos capaces de argumentar nuestros errores con una gran convicción y mostrárnoslos como aciertos. El cerebro es perezoso y prejuicioso.
Trump entendió que con el hartazgo político al establishment era posible liderar incluso desde un representante genuino como él. La arrogancia y displicencia demócrata en el 2016, con Hillary Clinton a la cabeza, hizo el resto. Trump despertaba tanto rechazo entre las élites económicas, académicas, mediáticas y políticas…. que el orgullo y la superioridad moral de los demócratas les impidió entender a los electores de Trump, sus razones, sus motivaciones, sus sentimientos.
Es difícil representar a una sociedad a la que no se entiende. Menos aún liderarla.
—Leía el otro día un tuit de José Carlos Díez con un gráfico de votos que decía, tras los datos del apoyo a Trump, Brexit o independencias varias: “El nuevo conflicto en este siglo es urbano versus rural”. ¿Crees que esto es así? O, más bien, ¿qué falla para que esto sea así?
Sí. La ciudad es el espacio público en donde nadie te pregunta quién eres, de dónde vienes o a dónde vas, qué haces. Es el espacio público más abierto, no exento de tensiones, desigualdades y retos: desde la soledad a la precarización social, económica o urbana. Pero es sinónimo de libertad cosmopolitita y autonomía.
Los sectores agrarios y del interior sienten que las metrópolis devoran y consumen lo que producen de manera extractiva y sin retornos justos y equilibrados. El crecimiento de las ciudades, en todo le mundo, provoca además territorios vacíos, aislados, desconectados, sin futuro. Esta tensión vuelve a estas comunidades mucho más refractarias a un progreso que sienten como hostil y no inclusivo. El pensamiento conservador y nostálgico crece y protagoniza el miedo al futuro que ha dejado de ser prometedor, esperanzador y símbolo de progreso.
—En Sintetia hemos abierto un debate clave, ¿qué haremos después de la pandemia? Tendremos una economía más débil, un paro estructural bastante severo -con un mayor impacto en jóvenes y mayores de 45 años, unas empresas más débiles, ¿y ahora qué? Porque uno de los grandes problemas de este virus es que nos está afectando al ánimo como país, a no saber cómo nos golpea la incertidumbre. ¿Somos más débiles y vulnerables?
La pandemia nos descubre nuestra vulnerabilidad y fragilidad. También nos evidencia que sin proyectos colectivos y futuros compartidos no hay posibilidades individuales sostenibles de desarrollo y realización. La pandemia es un espejo que nos muestra los retos a los que nos enfrentamos con toda crudeza y dramatismo.
Esta década onanista y autorreferencial, simbolizada en el culto al selfie como metáfora del narcisismo social está mostrando sus limitaciones y su incapacidad para inspirar comportamientos colectivos sostenibles. Es tiempo de resetearnos y recuperar el control de nuestras vidas.
La biopolítica, la política de la vida cotidiana, debe ser un itinerario para poner a los seres humanos en el eje del desarrollo humano y social. El PIB, por ejemplo, muestra indicadores que por sí solos no nos ayudan a comprende ni gobernar la complejidad del momento actual.
Estamos en una década decisiva. La tecnología y la ciencia pueden y deben ayudarnos, sin derivas distópicas, a embridar el caballo desatado de nuestro desigual desarrollo que no garantiza el progreso, tan solo un incierto crecimiento.
:: Tu último libro, Gestionar las Emociones Políticas, es una profunda reflexión en torno a “la nueva realidad que nos envuelve, el desprestigio de la política, la desafección, los miedos que hoy contaminan los escenarios políticos”.
–¿Cuáles son las 3 razones fundamentales de este deterioro tan severo de este desprestigio de la política?
Todo. Ahora. Para todo el mundo.
Esta es la tríada de la impaciencia que devora a la política: Queremos todas las soluciones y servicios, todas las respuestas; las queremos de manera urgente, inmediata, sin transiciones; sin límites, y que lleguen a todas las personas, sin costes, sin esfuerzo. Hemos dinamitado principios básicos de la política democrática orientada al interés general.
La progresividad, la gradualidad y la prioridad como criterios ordenadores de las políticas públicas son exigidos y desbordados por una sociedad impaciente, adolescente, a veces caprichosa, que reclama sin limitaciones. Y por una política devaluada que alimenta el presentismo y el inmediatismo como una fórmula para congraciarse con una ciudadanía hipercrítica y exigente. El bucle insaciable.
–¿Por dónde empezar? ¿Cómo tenemos que hacer un ‘reset’ como sociedad y cómo lideres para construir, sumar y progresar?
Es el gran desafío. Creo que hay que empezar por cada uno de nosotros y nosotras.
El “reset” debe ser personal: consciencia, compromiso y cooperación. Hay que recuperar la dimensión cívica de la dimensión ciudadana. Derechos…y deberes con el entorno, con los demás, con el planeta y con las generaciones futuras. La pandemia debe ser, a pesar del alto coste humano, social y económico, una oportunidad para revalorizar lo importante, agendar lo urgente, priorizar lo necesario.
Siento, además, que debemos establecer un pacto intergeneracional sin dilaciones. Vamos a dejar hipotecadas, en lo económico y en lo medioambiental, a las generaciones venideras. Nuestro presente les roba el futuro.
La política debe recuperar esta dimensión de pacto y equilibrio del interés general en perspectiva generacional.
—Por eso, quiero volver al principio, la victoria de Biden parece que parte de construir con la integración y, al menos, con un intento de refianzar nuevos valores sociales. ¿Cuáles son los valores que consideras están más desgastados en nuestras democracias?
Adam Przeworski afirma que la socialdemocracia ha cambiado su propuesta política, su visión de la sociedad y su modo de explicar el mundo con la llegada de las políticas de austeridad. Esto, de acuerdo a Przeworski, explicaría en gran medida que su apoyo electoral haya alcanzado su punto máximo a principios de la década de 1980 y ha venido disminuyendo desde entonces.
Quizás los socialdemócratas se hayan transformado tanto como pudieron; tal vez hayan logrado hacer irreversibles algunas de sus reformas. Nada tiene la intención de cuestionar sus logros. Pero cualquier visión de un futuro común hacia el que orientarían sus sociedades se desvaneció bajo el embate de los obstáculos inmediatos.
Hay que volver a orientar a la sociedad hacia unos objetivos compartidos. Y esto es lo que debemos recuperar. Volver a hacer posible lo urgente y lo necesario.
— En este contexto, una nueva reinvención del management se está gestando, las empresas son motores de transformación social, no sólo económica. Pero, ¿está humanizado suficientemente nuestros sistemas empresarial e institucional?
Hay un liderazgo emprendedor y empresarial cada vez más lúcido y responsable. Esta semana, por ejemplo, en el WEF de Davos hemos asistido a unos discursos con fuertes compromisos evaluables y medibles. Creo que las empresas ya saben con certeza que sin posición —y reputación— en la sociedad cualquier lugar en sus mercados, por hegemónico que sea, estará cuestionado y limitado.
No hay futuro sin presente compartido. Creo que avanzamos rápido. Y que las empresas van más rápido que la política misma en dimensionar su rol político y social de su función social.
Los consumidores ya son compradores de creencias, no solo de productos y servicios. El por qué, para qué, para quién y cómo hacemos las cosas serán mucho más importantes que el qué, quién, cuándo y cuándo.
— Para finalizar, danos tus 3 claves para sobrevivir en esta Era del Desorden.
Paciencia estratégica. Necesitamos una década constante de cambios y transformaciones que no se pueden garantizar con cuadros de control de temporalidades cortas: sean los cuatro de un período electoral o el año natural de la cuenta de resultados de nuestras empresas.
Necesitamos tiempo para persistir y planificar la continuidad sin que esta sea penalizada. Sembrar futuro, y saber esperar para recoger sus frutos. Paciencia de mentalidad agrícola y espíritu cosmopolita y universal.
Determinación colectiva. Centrémonos en los cambios del comportamiento comunitario. La política tiene poco poder para garantizar, por su sola (a través de la regulación o la vigilancia de la misma), el interés general y la agenda transformadora que necesitamos.
Hay que diseñar alianzas público-privadas por el bien común. Confío en la nueva energía de los líderes y emprendedores de las empresas con propósito y orientación ESG (Environmental, Social, and —Corporate— Governance) y en la urgencia de reformar el capitalismo irresponsable por un capitalismo consciente que no confunda crecimiento con progreso humano.
Energía cívica. No podemos dejar la política en el ámbito exclusivo de las instituciones democráticas. El populismo ofrece soluciones fáciles y rápidas para escenarios que son complejos y densos. Y sus recetas son atajos antidemocráticos.
Debemos fortalecer el carácter patriótico de los valores democráticos. La patria no puede ser solo ni un territorio, ni una comunidad, ni una bandera. La patria debe volver a ser la humanidad.
No soy ingenuo ni optimista naif, al contrario, a veces me abruma la hipocondría política, pero milito en la esperanza, no en la utopía.
La esperanza es un camino, la utopía es un destino o una meta tan alejada que paraliza. La esperanza me conmueve y me mueve.
Para llegar lejos, pasos cortos, pero continuados. Y no ceder, ni retroceder.
Entrevista publicada en: Sintetia (30.01.2021)
Crema de alta calidad:
Paciencia estratégica.
Determinación colectiva.
Todo, ahora, para todos.
Esperanza vs utopia.
Visión colectiva intergeneracional