Amistades

La afinidad de los afectos y los vínculos amistosos determina más nuestro comportamiento electoral y político que nuestras visiones ideológicas. Pensamos lo que sentimos. Votamos por afinidades. Sentirnos aceptados por nuestras comunidades de proximidad o elección (entendiéndolas como ese lugar que nos acoge y donde nadie suele discrepar, si el resultado de ello es la soledad, y menos cambiar de opinión, si se nos aparta de ellas) es más transcendente que cualquier otra consideración. La tribu —la nuestra— se impone como vínculo definitivo. El combate tribal es la nueva civilización. 

La polarización ha venido, tal vez, para quedarse. Según diferentes estudios, aumenta en todos los países, y de forma rápida. Por ejemplo, en Estados Unidos, el Pew Research Center ilustró el cambio en los valores políticos de la ciudadanía estadounidense durante las últimas dos décadas, mediante un informe y un estudio infográfico, utilizando una escala de 10 preguntas formuladas en siete encuestas del propio centro desde 1994 a 2017. La proporción de estadounidenses con valores ideológicamente consistentes ha aumentado durante este tiempo. Más divididos que nunca.

Según el informe, las divisiones entre republicanos y demócratas sobre valores políticos fundamentales (gobierno, raza, inmigración, seguridad nacional, protección ambiental y otras áreas) alcanzaron niveles récord de diferencia durante la presidencia de Barack Obama. En el primer año de Donald Trump como presidente estas brechas se agrandaron aún más, y lo hicieron hasta el final de su mandato. En resumen, actualmente, la mayor diferencia entre estadounidenses es según el partido al que votan. Esa es la verdadera grieta.

Otro informe de 2020 del Pew Research Center indica que, en la actualidad, republicanos y demócratas depositan su confianza en dos entornos de medios de comunicación casi inversos. Así, la diferencia en la credibilidad de los medios es abismal. Nadie confía en el medio del otro.

Una tercera fuente de preocupación son las amistades. Dos tercios de los demócratas tienen pocos o ningún amigo republicano. Lo mismo sucede entre republicanos. Las burbujas crecen: no entender, no comunicarse, no informarse, ni dialogar con el otro. El otro como distinto, rival, adversario y, finalmente, enemigo, se consolida como visión de la alteridad. Un deslizamiento perverso que nos debilita al degradar lo comunitario en tribal. Los que no son mis amigos acaban por ser mis enemigos. Amistades peligrosas.

Publicado en: La Vanguardia (3.06.2021)
Fotografía: Unsplash

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