La fragilidad y vulnerabilidad de nuestra atención se ha convertido ya en un signo inequívoco de nuestros tiempos. Y no en una señal positiva, precisamente. Sometidos a estímulos constantes, vivimos atrapados en sociedades nerviosas que se mueven en la tensión central y crucial de nuestra cotidianeidad: el tiempo no puede crecer, pero la oferta de todo tipo de incentivos, en especial informativos, nos hace estar en constante agitación, dispersión y distracción.
James Williams, que trabajó en Google durante una década y dejó su puesto como estratega para estudiar filosofía y ética en Oxford, afirmaba en una entrevista reciente: «La libertad de expresión no tiene sentido sin libertad de atención». Williams, que ahora es una de las voces más críticas con las grandes tecnológicas y las conoce muy bien al haber sido protagonista profesional de su crecimiento, confirma cuánto nos corroe y carcome la dispersión. La capacidad de comunicarnos es condición necesaria, pero no suficiente, para comprender y entender lo que comunicamos o lo que consumimos. La sociedad dispersa alimenta la falta de foco paciente en los temas y en los interlocutores. De ahí al nihilismo o al cinismo hay un paso perqueño y rápido.
¿Por qué es tan importante enseñar a los niños y niñas a prestar atención? ¿Por qué, sin atención, las sociedades democráticas se vuelven caprichosas y vulnerables? El reconocido psicólogo Daniel Goleman lo expresa con precisión: «Saber concentrarse es más decisivo para un niño que su coeficiente intelectual». La atención es la base del aprendizaje. También de la cultura democrática.
La economía de la atención es un concepto que se ha extendido en nuestra sociedad para explicar que los consumos —de todo tipo— se rigen por la capacidad ordenada, sistemática y precisa de estimular y satisfacer el deseo, y no la necesidad, como motor de la sociedad de consumo. La democracia de la atención sería la traslación perversa de este principio para convertir la provocación en el motor de la cultura democrática, en lugar de la información veraz, el debate ponderado y la deliberación formada.
Albert Camus, en El hombre rebelde, ya advertía que «la capacidad de atención del hombre es limitada y debe ser constantemente espoleada por la provocación». Si la provocación es más rentable electoralmente, por ejemplo, que la reflexión o la evaluación, el resultado es una cultura política sometida al estrés del ruido ensordecedor de la bravata ofensiva, del insulto o de la hostilidad.
Publicado en: La Vanguardia (10.06.2021)
Fotografía: Unsplash
Artículos de interés:
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Si captar la atención requiere más provocación que persuasión el resultado será el que planteas, más exaltación que reflexión.