La moderación es paradójica: proclamarla resulta virtuoso, pero practicarla es más difícil y no siempre tiene réditos, especialmente, en política. Nuestras sociedades democráticas transitan en una pugna por el poscionamiento que otorga poder. La ocupación —casi física— del debate público transforma las palabras en piedras arrojadizas, en murallas defensivas. Pocos liderazgos confían en los puentes, a pesar del buen nombre (¿seguro?) que tiene la moderación en la construcción de opinión e imagen pública.
Recientemente se presentaba la iniciativa Radicalmente moderados, a patir de una petición en la plataforma Change. Las mentes radicales que abanderan la propuesta tienen la osadía de defender una alianza política «por la necesidad de acuerdos esenciales para la modernización del Estado». El motivo que impulsa a los firmantes de la declaración es la inquietud que les suscita la deriva frentista y polarizada de la vida política nacional.
La política en España está en una intensa fase confrontativa. Las etapas competitivas son incesantes. No hay tregua, no hay descanso. Hemos sido convocados a las urnas en varios procesos electorales. No hay incentivos, ni tiempo, para las estrategias moderadas que exploren acuerdos de Estado y otros menos solemnes, aunque igual de necesarios para la vida cotidiana de la sociedad española.
Por eso, las llamadas a la moderación del lenguaje, primero, y del debate, después, deben ser aplaudidas y apoyadas. Pero para que la moderación, más allá de virtuosa, sea rentable electoral y políticamente, necesita un compromiso de la ciudadanía. Exigir moderación, pactos y acuerdos a nuestros representantes mientras jaleamos en las redes, en el bar, o en WhatsApp las respuestas más viscerales y el trazo grueso es de un cinismo irresponsable.
Es cierto que los líderes deben abrir camino, con su ejemplo y con su visión, pero también es cierto que la moderación necesita incentivos. Y el más importante es que no sea penalizada para quien la practica y la defiende como norma de comportamiento político. Reivindicar la moderación, exigirla, valorarla como necesaria y conveniente requiere de complicidades por parte de la ciudadanía, incompatibles con la micropolarización cotidiana. Las virtudes públicas colectivas se promueven con virtudes individuales.
Publicado en: La Vanguardia (22.07.2021)
Foto: Nick Fewings en Unsplash
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Es un mensaje fenomenal entre el ensordecedor ruido de los que chillan. Tendrá que sustanciarse en rédito electoral o se perderá como lágrimas en la lluvia, desde luego.