Un estudio de la Fundación Bertelsmann del 2019 (antes de la pandemia) documentaba que en Europa la mayoría de la ciudadanía presenta un sesgo reaccionario por nostalgia del mundo anterior. La nostalgia es un sentimiento que se dispara con el miedo, la ansiedad y el malhumor.
De las conclusiones de El Poder del Pasado, así se titulaba el informe, destacaban que casi el 70 % de los encuestados piensan que el mundo era mejor antes. La nostalgia no tiene memoria real, solo ensoñación. Casi un 80 % piensan que los inmigrantes no quieren encajar en la sociedad y más de la mitad consideran que estos ocupan los puestos de trabajo que no les corresponden. La nostalgia no tiene razones y argumentos, pero sí sentimientos que son reales, aunque no sean racionales. «Pocas cosas engañan más que los recuerdos», escribió Carlos Ruiz Zafón.
Esto era antes de la pandemia. ¿Y ahora? ¿Cómo será el poder del pasado combinado con la desconfianza del presente y el miedo al futuro? El desgaste emocional de la pandemia es evidente. Según el último Índice de Experiencia Negativa de Gallup, que rastrea los sentimientos de preocupación, estrés, dolor físico, tristeza e ira en 115 países, el año 2020 fue el más estresante de la historia reciente. Según el informe, el 40 % de la población de todo el mundo sufrió estrés durante gran parte del año anterior. Todavía es pronto para poder hacer un balance las consecuencias sociales y colectivas de este profundo desgarro individual. Pero parece evidente que, a la vulnerabilidad sanitaria, junto con la social y económica asociadas a la pandemia, hay que añadir la vulnerabilidad y fragilidad emocional.
Numerosos estudios se han nutrido de la Ciencia Política, la Sociología, la Psicología Social y la Neurociencia para indagar sobre el papel de las emociones en la pandemia y qué cambios pueden generar en las actitudes políticas de la ciudadanía, o qué relación tienen estas sensaciones con fenómenos políticos actuales como el populismo y la crisis de representación. Entender la irrupción de las emociones en la política y cómo han sino catalizadas por la pandemia creo que es hoy más relevante que medir opiniones.
No hay certezas en el presente y el futuro no parece ser un lugar esperanzador. No sabemos realmente cuándo terminará la pandemia y, tampoco, cómo serán —con certeza— los escenarios poscoronavirus. La incertidumbre se desliza, estresada e inquieta, hacia un miedo paralizante y desconfiado. Un miedo interior. Como señala Marta Nussbaum, «el miedo tiende a bloquear la deliberación racional, envenena la esperanza e impide la cooperación constructiva de un futuro mejor». La política democrática se enfrenta a una sociedad nostálgica de previsibilidades, incluidas hasta las más injustas. Esta necesidad de seguridad triste es profunda y la pandemia la agudiza. La batalla política por la alegría confiada es la primera tarea democrática del momento. Si gana la tristeza, no hay futuro.
Publicado en: La Vanguardia (05.08.2021)
Foto: Jon Tyson en Unsplash
Enlaces de interés:
– La nostalgia como analgésico: recordar alivia el dolor. Es la conclusión de un reciente estudio de la Academia China de las Ciencias centrado en nuestra relación con el pasado (Juan Scaliter. laSexta, 1.03.2022)
– Nostalgia del futuro (José Luis Pardo. El País, 10.04.2022)
– El futuro de la democracia (Daniel Innerarity. El País, 3.11.2023)
Empezaremos por «sacar fuerzas de flaqueza».
La esperanza es la materia prima con la que se construyen los deseos y los sueños… cualquier tiempo pasado no fue mejor, como dice el título del programa de la SER, cualquier tiempo pasado fue anterior.
Google le asigna la frase a Les Luthiers… buena referencia en estos y en otros tiempos.