El pesimismo es contagioso. El optimismo, también. Las personas pensamos lo que sentimos. Y lo que percibimos a nuestro alrededor, en nuestras burbujas (informativas y cotidianas), nos define como ciudadanos y como electores. Interpretar el feeling social es la primera piedra del edificio de la política democrática y esta debe rearmarse con mayores fundamentos de psicología social.
El miedo es tan movilizador como la alegría. El psicólogo Daniel Goleman destaca que el optimismo es una actitud motora que impide caer en la apatía, la desesperación o la depresión. Mientras el pesimismo paraliza, el optimismo moviliza. Los estados de ánimo son hoy los auténticos estados de opinión; somos, paradójicamente, cada vez más ‘estomacales’ y menos ‘cerebrales’. Las emociones pueden ser una oportunidad para la reconexión de la política con la ciudadanía y para su revitalización. Sabemos, también, que las emociones nos movilizan y nos invitan a la acción, como desde hace tiempo hemos confirmado con los estudios sobre el comportamiento y la teoría del pequeño empujón del que hablan Richard H. Thaler y Cass R. Sunstein en su libro.
La actitud positiva es una manera de vivir y de afrontar el presente y nuestra vida cotidiana, que aplica (también) en política. Los tristes no ganan elecciones; ni lideran, ni seducen, ni convencen. Sin emociones positivas no hay proyectos, ni comunidad, ni esperanza, ni posibilidad de imaginar un futuro mejor que el presente. Al contrario, pasamos a vivir en un estado permanente de nostalgia por el pasado, ese pasado con el que sueña la antipolítica.
Como bien señala el sociólogo francés François Dubet en su libro La época de las pasiones tristes, el auge de los sentimientos de resentimiento e indignación se relaciona más bien con los marcos de interpretación de cómo vivimos el aumento de las desigualdades. Y es cierto, como señala Dubet, que las pasiones ligadas a la tristeza son una respuesta sensata y natural al actual estado emocional de nuestros países. Pero la política democrática tiene la obligación de responder a ese clima negativo con las herramientas adecuadas y, precisamente, con una pedagogía de lo positivo y una respuesta pragmática de políticas públicas. La primera batalla democrática: ganar la confianza positiva.
Publicado en: La Vanguardia (28.10.2021)
Fotografía: Nick Fewings para Unsplash