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Juegos políticos

Las elecciones brasileñas han sido manipuladas. Ante un desconcierto enorme, se ha decidido que el nuevo presidente será escogido en una pelea cuerpo a cuerpo entre las candidaturas. Al más puro estilo Street Fighter, los luchadores Bolosnaryo y Lulo se enfrentan a golpes entre ellos o contra otros contrincantes. Este es el argumento de Kandidatos, el juego que apareció en el 2020 y que está revolucionando Brasil, no por su calidad, sino por su originalidad.

La ciudadanía escoge a su candidato y lucha con él contra sus adversarios o, sencillamente, golpea a los políticos que no le gustan. Debido a su éxito, han aparecido otros muchos juegos en el país (el quinto del mundo con más jugadores online) que atacan o se ríen de los políticos.
Esta tipología de juegos nos muestra dos cosas antitéticas. En primer lugar, nos habla del consumo cultural. Las campañas electorales y ­comunicativas­ del futuro se concebirán, también, como combates culturales y lúdicos y no solo estrictamente ideológicos o programáticos. La sintonía cultural, como la emocional, con los candidatos y candidatas es un gran espacio para la nueva comunicación y un potente elemento de proximidad y vinculación. Poder jugar a favor o en contra de un político o política permite establecer un vínculo mayor —por pequeño que sea— con esa persona que se defiende o ataca a través de la pantalla. Es resbaloso, pero es así. El juego online ha colonizado el consumo cultural, y ahora político.

En segundo lugar, también es, sin embargo, una manera de burlarse de la política, es pura antipolítica. Los políticos, deshumanizados, sin empatía, como mero elemento al que atacar, al que culpar de los males del país. Todos son iguales. No hay nada que hacer. El humor se transforma en antipolítica, y por eso no importa el objetivo del juego, sino humillar a los políticos por el hecho de serlo. Se trata de hastío, de desencanto con la política y desafección con los gobiernos. Y esa es otra emoción, igual de importante que establecer vínculos positivos, aunque completamente diferente.

Es un juego y es ficción, pero es política y es real. De las calles a las pantallas. Cuando los rivales son enemigos a destruir o golpear el futuro de la política está en juego. Y el de la democracia. Empieza otra partida. Y esa sí que no es un juego.

Publicado en: La Vanguardia (13.01.2022)
Fotografía: Fredrick Tendong para Unsplash

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