Cansancio, hastío, penalidad, sufrimiento. Todos ellos son conceptos que definen la fatiga. Actualmente, y tras más de dos años de pandemia mundial y de una enorme presión socioeconómica, vivimos instaurados en una fatiga pandémica prolongada que afecta a todas y cada una de las capas de nuestras vidas.
Hace meses que, de manera sistemática, diversos think tanks, centros de estudios y una constante muestra demoscópica alertan de la erosión y la fatiga democrática.
Tamara Taraciuk, directora en funciones de Human Rights Watch para las Américas, afirma que la democracia se está erosionando de distintas maneras y hoy la región está obligada a defender espacios que se solían dar por sentados. «Hay un alarmante intento por menoscabar la independencia judicial por parte de ciertos gobiernos y esto es de enorme preocupación», advierte Taraciuk, que señala que el autoritarismo y el populismo «no tienen ideología».
Y la segunda edición del Índice de Riesgo Político del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad Católica de Chile (CEIUC) hace un exhaustivo análisis de los 10 riesgos políticos que amenazan a América Latina en 2022. En orden de importancia, el informe recientemente publicado indica que el primero es la erosión democrática.
El año que arranca va a tensionar todavía más los sutiles equilibrios sociopolíticos.
Los gobiernos y los sistemas de salud se vieron desbordados y superados por una variante que ha resultado ser la más contagiosa hasta la fecha: ómicron. El tránsito de pandemia a endemia se vislumbra como el siguiente estado, aunque todavía sin fecha clara en ningún calendario. Mientras, la capacidad de los gobiernos para condicionar comportamientos que garanticen la salud pública empieza a menguar y el cumplimiento de las medidas más efectivas decrece a nivel global.
Los recientes bloqueos de cruces fronterizos entre EEUU y Canadá por parte de camioneros que rechazan los mandatos de vacunas y otras medidas de protección ante el coronavirus, o la Marcha mundial por la libertad, celebrada a fines de enero en ciudades de todo el mundo, son eventos promovidos por el correoso y creciente incremento del movimiento antivacunas (y anti Estado, con infiltración de grupos de derecha extrema). Ese es otro dato que contribuye a la preocupación.
A la geopolítica de la vacuna, se añade la geopolítica de la energía; a la crisis climática, y cada vez con más fuerza, la crisis migratoria; a la transición tecnológica, el abordaje ético y humanista; a la crisis económica, el deterioro de nuestro bienestar físico y psicológico. Y así un largo etcétera.
Según el último informe de confianza de Edelman (2022 Edelman Trust Barometer), «el fracaso del liderazgo hace que la desconfianza sea la norma». Por ello, también se señala que recuperar la confianza en la capacidad de las sociedades para construir un futuro mejor es fundamental. Mostrar que el sistema funciona. Mostrar que, pese a las adversidades, podemos hacerlo centrando objetivos a largo plazo y proveyendo información creíble y confiable.
El cansancio, la desidia, el desengaño, junto a la incertidumbre y la inconsistencia de un futuro ‘seguro’, contribuyen al aumento de la desconfianza hacia políticos e instituciones por parte de la ciudadanía. La conciencia de esta necesidad se muestra en hechos como que el primer encuentro del Foro Económico Mundial de este año se centra, justamente, en recuperar la confianza trabajando conjuntamente.
Las protestas, el rechazo y el incumplimiento aumentan, alimentados por los bulos y la desconfianza hacia la eficacia de las políticas públicas. La fatiga y la impaciencia se extienden en una nueva capa pandémica: la emocional, que se contagia rápidamente y que afecta directamente a la política y a la calidad de nuestras democracias.
En el último informe de prospectiva elaborado por el think tank CIDOB (Barcelona Centre for International Affairs) ya no son solamente escenarios geopolíticos los que destacan como titulares del mundo que vendrá en este nuevo año. «Salud» o «miedo» aparecen como títulos sin precedentes. Las emociones colectivas toman una importante presencia en la escena internacional, y determinarán conflictos, desafíos y operaciones pendientes.
Entre el cansancio y el miedo
De lo material a lo emocional, la pandemia nos ha mostrado que la incertidumbre se genera a partir de las sensaciones, no de las acciones. Y que el miedo puede ser mucho más poderoso a la hora de regir nuestros comportamientos grupales. Estamos cansados, y seguimos teniendo miedo y preocupación por una situación sanitaria que parece no acabar nunca. Entre la fatiga y la incertidumbre prolongada surge la desafección. Y este camino es el que debemos evitar.
La desafección se da la mano con la crispación, la aceleración y la polarización. En este mundo pospandémico que se vislumbra, más incierto y con mayor desigualdad, los populismos que atizan el miedo y el discurso del odio pueden conquistar nuevos espacios. Los próximos procesos electorales, en Francia y Brasil, o las elecciones de medio mandato en Estados Unidos, van a ser un claro termómetro para medir la situación.
En el contexto del primer año de mandato del presidente norteamericano Joe Biden, son muchos los analistas que alertan del deterioro progresivo en la percepción y salud de nuestras democracias, y de las instituciones. De hecho, se destaca que, hoy, uno de cada cuatro estadounidenses cree que el asalto que se produjo al Capitolio se llevó a cabo en aras de «proteger la democracia».
Voces como las del politólogo Larry Diamond, hablan de «recesión democrática». Y Anne Applebaum, en su libro El crepúsculo de la democracia, escribe que el mundo democrático está «envejecido, frío y cansado».
La fatiga es pues un estado de ánimo y una realidad palpable y en aumento que puede hacer ineficaces las políticas públicas cuando estas no son aceptadas, respetadas y compartidas. Este hastío, este desencanto, esta posible derrota psicológica de la sociedad, puede dar al traste con todos los esfuerzos económicos y políticos que se están activando.
Yo creo que en realidad todo es más sencillo. Las generaciones posteriores a 1945 (en el mundo occidental) no nos hemos comido guerras mundiales con todos sus efectos colaterales. A mí ya me parecía que o bien demasiada suerte o bien demasiada casualidad. Pero mira tu, de repente el «coronavirus» y «Putin».