Los sistemas democráticos que se rigen por el método electoral de doble vuelta son especialmente apasionantes. Como Francia. En estos procesos, un porcentaje muy significativo del electorado debe votar (si es que mantiene su decisión de participar) a candidaturas que no han sido su primera preferencia. Y, sucede muchas veces, las dos alternativas finales que pasan a segunda vuelta pueden ser opciones muy alejadas de su opción inicial.
Este mecanismo obliga a los candidatos a seducir a electores que no les prefirieron y exige de las campañas un esfuerzo adicional de empatía y aproximación muy sugerentes, en términos de comunicación y estrategia políticas.
Habitualmente, y más allá de las posibles afinidades ideológicas, los electores sin representación directa en la segunda vuelta deben decidir su voto en base a dos grandes criterios: ¿Quién es su segunda mejor opción? Y ¿quién representa mejor sus ideas en ausencia de su candidato/a inicial?
En el caso francés, para hacernos una idea del impacto de esta dinámica, los votos directos a Emmanuel Macron y Marine Le Pen (los ganadores en primera vuelta) sumaron el 51% del total de votos. Es decir, casi la mitad del electorado deberá cambiar su voto inicial y optar por su segunda mejor opción.
Y es muy probable que esa segunda mejor opción difiera bastante, según sea el rival contrario. También que, una vez que se ha decidido quiénes son los ganadores, el votante opte por otros criterios que no sean los ideológicos clásicos y estrictos a la hora de votar. Por ejemplo, al colectivo de los electores de Jean-Luc Mélenchon, que le eligieron como parte de una respuesta alternativa al sistema establecido, ¿qué les resultará más tentador: la alternativa de Le Pen o la estabilidad de Macron?
Los votos ya no son cautivos por las ideologías, sino por las emociones. Por eso, esta elección está abierta, más allá de las calculadoras y de las transferencias de voto fácilmente atribuibles. Es una nueva elección. Quien lo entienda mejor, ganará, más allá de las sumas y restas tan previsibles como, probablemente, equivocadas.
Una vez que se constata que no ha pasado en primera vuelta el candidato/a que elegimos ¿por qué no votar a otro que represente mejor nuestra animadversión hacia quien contribuyó a su derrota? Atención, game over.
Publicado en: La Vanguardia (14.04.2022)
Fotografía: Raphael Garcin para Unsplash
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– Así van todos los sondeos de la segunda vuelta entre Macron y Le Pen (Alexandre Boudet. HuffPost, 11.04.2022)
– Entre Macron et Le Pen, un choix sans équivoque (Cécile Prieur. L’Obs, 14.04.2022)