La pretensión entre los políticos de parecer normales es ambivalente. Y aunque muchas veces nos parecen raros, cuando intentan parecer normales, observamos una paradoja democrática interesante: queremos líderes que sean como nosotros (personas normales), pero mejores que nosotros (personas con capacidad de ser hombres y mujeres de Estado).
Nelson Rockefeller dijo una vez que «ningún hombre puede aspirar a ser elegido en su estado sin ser fotografiado comiéndose un hot dog». Tal vez de esta idea se derive la importancia que se da a la comida durante la campaña electoral, por ejemplo. En Estados Unidos es habitual que se pregunte a los candidatos por su plato favorito y dar la respuesta equivocada o transmitir la imagen de que no se está realmente acostumbrado a la comida local o popular puede dañar sus opciones en la carrera electoral.
Lo mismo sucede con sus homólogos británicos a la hora de sortear estas preguntas, aparentemente sencillas. Boris Johnson, en su momento, copó los titulares por su respuesta a la cuestión sobre qué hacía para relajarse. Su curioso hobby: hacer maquetas de buses. Theresa May también se vio atrapada ante la pregunta de qué era lo más «travieso» que había hecho en su vida, y sucumbió ante una extraña anécdota sobre correr a través de campos de trigo.
La información personal es información política. La ciudadanía interpreta que, así como son en su vida privada, así serán en la pública. Recordemos qué sucede cuando un político no recuerda el precio de un café, come con cubiertos cuando no corresponde o finge conversaciones en redes sociales. Hace unos días, el actual primer ministro británico, Rishi Sunak, protagonizó una ridícula y vergonzosa situación en un centro benéfico, al preguntarle a una persona sin hogar si «trabajaba en negocios» y si quería entrar en el sector financiero. De repente, se le percibió como a alguien completamente desconectado de la realidad cotidiana de sus votantes (Sunak es además uno de los hombres más ricos del Reino Unido). Duramente criticado, su imagen bien podría deteriorarse gravemente con excesos insensibles como el de este episodio.
La normalidad no se fabrica, ni se añade como cosmética electoral. O uno lo es, de manera natural, o es simplemente una pose. Tan artificial como vacua.
Publicado en: La Vanguardia (5.01.2023)
He pedido de nuevo la colaboración de Alberto Fernández (La Boca del Logo) para realizar la ilustración de este artículo.