Hace unas semanas se daban a conocer los resultados del World Happiness Report 2023, realizado por la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible (SDSN), con datos de Gallup World Poll. Este informe mundial analiza cada año los niveles de felicidad de más de 150 países, a partir del análisis de diversos factores como son: el ingreso per cápita, el acceso a la salud y la expectativa de vida, la disponibilidad de apoyo social, la sensación de libertad en la toma de decisiones o la generosidad. Además, la ausencia de corrupción también influye en la percepción de la gente sobre el gobierno y la confianza en los demás.
Han pasado más de diez años desde que se publicó el primer Informe mundial de la felicidad y de que la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la resolución que proclama el 20 de marzo como día internacional de la Felicidad. Desde entonces, cada vez son más las personas que consideran que el éxito de los distintos países debe ser evaluado, también, por el nivel de felicidad de la gente que vive en ellos. Y existe un consenso cada vez mayor sobre cómo debe medirse esa felicidad nacional, un concepto que se convierte en claro objetivo a alcanzar para los diferentes gobiernos.
Dice el economista Jeffrey Sachs, uno de los autores que han contribuido a estos estudios, profesor en la Universidad de Columbia y asesor de la ONU en materia de desarrollo sostenible: «El índice de felicidad muestra que el bienestar no es una idea suave y vaga, sino que se centra en áreas de la vida de importancia crítica: condiciones materiales, riqueza mental y física, virtudes personales y buena ciudadanía. Necesitamos convertir esta sabiduría en resultados prácticos para lograr más paz, prosperidad, confianza, civismo y, sí, felicidad, en nuestras sociedades».
En contraposición, son diversos los expertos que señalan que la apatía asociada a la infelicidad, esa sensación de que da igual lo que hagamos porque, total, ¿para qué?, es «el caldo de cultivo idóneo para la aparición de totalitarismos». Nadie puede ser feliz o indiferente —salvo los cínicos y egoístas— en entornos de injusticia. Estos nuevos indicadores de prosperidad compartida, como, por ejemplo, el de la felicidad interior bruta (FIB), deben ser la nueva referencia para una política más humanista.
Publicado en: La Vanguardia (11.05.2023)
He pedido la colaboración de Alberto Fernández (La Boca del Logo) para realizar la ilustración de este artículo.
La Felicidad no se puede establecer por decreto, aunque algunos decretos pueden generar el contexto para favorecerla… y en eso consiste el buen gobierno. En mi opinión.