Política ‘woke’

El término woke (una forma del verbo inglés wake, despertar) nació en Estados Unidos, en el seno de la cultura afroamericana, asociado a la opresión y la discriminación racial. Era una manera de describir a alguien que se mostraba despierto, consciente de la realidad que se estaba viviendo y que trataba de luchar activamente para combatirla.Hoy en día, este concepto, que fue incorporado en el diccionario de Oxford en el 2017, se ha convertido en una expresión de moda que se oye en los discursos políticos y en las conversaciones cotidianas. En esencia, woke hace referencia a ser plenamente consciente de los problemas sociales y políticos de la sociedad en la que vivimos. Se trata de una actitud crítica y, sobre todo, comprometida, que busca desafiar las desigualdades e injusticias que enfrentan las minorías y los grupos marginados.

Sin embargo, esta estrategia no está exenta de críticas y desafíos. Algunos argumentan que la política woke es, en sí misma, una forma de elitismo que se basa en una visión paternalista de las minorías y no tiene en cuenta las complejidades y las contradicciones que existen dentro de estos grupos. La derecha estadounidense más trumpista, por ejemplo, trata de dar un giro negativo al término, utilizándolo para referirse de manera despectiva a aquellos que se preocupan por la justicia social y las causas progresistas, con el objetivo de desacreditar a los activistas que luchan por estos valores. En otros contextos, por ejemplo, se habla de la Agenda 2030 para referirse a este público. Se trata de despreciar y ridiculizar lo que se quiere combatir. Mejor la mofa cínica que el argumento.

Y lo cierto es que, a menudo, estos ataques tienen éxito. Las personas woke son acusadas de ser las causantes de la cultura de la cancelación, especialmente online, o de ser demasiado sensibles en forma de puritanismo progresista.

En cualquier caso, en tiempos convulsos en los que polarizar significa fidelizar votantes, la defensa o el ataque woke trata de movilizar activistas (cada uno a los suyos). La política y la comunicación política usadas como guerra cultural. Una más. Se trata de etiquetar y categorizar para convertir la discrepancia en beligerancia pura y dura. Es más rápido y rentable –electoralmente– la estigmatización que la deliberación.

Publicado en: La Vanguardia (28.09.2023)
He pedido la colaboración de Daniela Carvalho para realizar la ilustración de este artículo.

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