En los procesos electorales, la gran decisión estratégica es acertar cuál es la pregunta de la elección. Muchos proyectos políticos fracasan porque creen que hay que abordar la estrategia electoral sobre base de la oferta. Es decir, sobre las propias convicciones, certezas, apriorismos y propuestas. Pero, en la mayoría de los casos, la cuestión central es atender la demanda social. La pregunta de la elección condiciona el tipo de respuesta que hay que dar.
La demanda clave, así como el contexto —en toda su complejidad—, determinan la estrategia. Se trata de entender, comprender, interpretar y actuar en consecuencia. Ofreciendo una respuesta ordenada, clara y precisa a la pregunta central y, también, a cada una de las preguntas adicionales y específicas de todos los segmentos electorales.
Cuando se trata de sumar y crear mayorías políticas amplias, la tentación autorreferencial de la ideología puede ser una trampa. Las mayorías amplias no son adhesiones incondicionales. Son adhesiones muy condicionadas, incluyendo la resignación de votar al menos malo. Entender esto es un ejercicio de humildad constante para aceptar que el electorado puede votar sin afecto, pero sí por interés o conveniencia.
Las personas no cambian de opinión fácilmente, pero, paradójicamente, pueden votar diferente según el contexto y la oferta electoral. No pretendamos que las campañas sean ejercicios de transformación mutante de las y los electores. La arrogancia y la superioridad moral para proponer a la ciudadanía una elección sobre lo que está bien o mal, en lugar de lo que conviene o no, es una tentación que casi siempre hace descarrilar proyectos convocantes. Ayuda a dividir, pero casi nunca ayuda a sumar. No es la adhesión, es el interés lo que genera oportunidades mayoritarias.
«Si el enemigo se equivoca, no le distraigas», en palabras de Napoleón Bonaparte. Si los adversarios insisten en convertir las elecciones en una cruzada moral e ideológica, hay que dejarles. Resulta muy vanidoso pensar que las elecciones convencen a las personas y que hay que hablar a los acólitos. Se trata de convocar desde la pluralidad y la diversidad. Tratar a los electores como militantes es el camino al fracaso.
Publicado en: La Vanguardia (26.10.2023)
He pedido la colaboración de Eduardo Luzzatti para realizar la ilustración del artículo.