Exagerar, en política, es un recurso fácil que esconde una debilidad: la falta de argumentos. Aumentar de forma exagerada lo que se expresa, extralimitarse y desbordar los marcos de aquello que se considera razonable puede tener efectos negativos y totalmente contrarios al objetivo deseado. Más allá de captar la atención inicial (fruto de la desmesura y la imaginación), lo que acaba generando la exageración es indiferencia.
La exageración en política es una derrota: la del pensamiento. Cuando las palabras, las emociones o las acciones se exageran, superando los umbrales que consideramos naturales, la valoración positiva inicial cambia radicalmente y percibimos ese exceso como algo absurdo que no merece nuestra atención. Se produce algo parecido al efecto bumerán. A pesar de ello, en un contexto de desafección y desencanto generalizado, ejercer el pensamiento crítico, sobre la base de la veracidad y la ponderación, resulta cada vez más complicado. La tentación de muchos políticos y políticas de ir más allá en la descripción hiperbolizada y distorsionada de la realidad puede atraer a muchos ciudadanos que, desde la necesidad y la frustración, acuden al canto grandilocuente de las hipérboles. Son atajos verbales y emocionales.
En su libro El poder: un nuevo análisis social (editado por primera vez en español en 1939), Bertrand Russell señalaba el poder como el objetivo último de nuestros actos, la clave que nos ayuda a entender la naturaleza humana y como el elemento más decisivo para el desarrollo de nuestras sociedades. Pero, en la otra cara de la moneda, hay que poner el foco (y la alerta) en el conocido síndrome de Hybris (o Hubris). Un trastorno que afecta a personas que ejercen el poder en cualquiera de sus formas y que está desencadenado por este (y potenciado por el éxito). El término hace referencia a un concepto griego que se traduce como «desmesura» (del orgullo y la arrogancia). Las virtudes con las que se conquista y se compite por el poder, acaban siendo distorsionadas por este y transformándolas en defectos y limitaciones.
«Todo lo exagerado es insignificante», escribió el político francés Charles Maurice de Talleyrand (1754-1838). El exceso vacía de ponderación el lenguaje. Y la política necesita equilibrio para ser respetada y hacerse respetar.
Publicado en: La Vanguardia (28.12.2023)
Es muy difícil que alguien poderoso en cualquier ámbito de la vida escuche y sin escucha no hay democracia ni construcción colectiva..