La transformación de la opinión pública es definitiva: los prejuicios ya son mucho más relevantes que los juicios. Dicho de otra manera: opinamos lo que creemos. Este fenómeno está determinando nuestra percepción (política) de la realidad. Incluso la más inmediata, la que afecta a nuestro metro cuadrado.
Antes de las elecciones de 1992, Bush se perfilaba como invencible, respaldado por diversos logros internacionales. Su aprobación rondaba el 90%. Sin embargo, James Carville, cerebro de la campaña de Clinton, vio una oportunidad en los temas de índole doméstica y propuso un giro que resumió en el recordado lema «Es la economía, estúpido». Esta estrategia, inicialmente interna, se convirtió en el germen de un cambio radical en la campaña de Clinton, culminando en su inesperada victoria.
Treinta años después, y en otra elección en Estados Unidos, la opinión pública —y está sucediendo en todo el mundo, de ahí el uso electoral de la polarización— abandona la concepción instrumental y funcional del voto y abraza el gran cambio de paradigma: si la percepción de la economía solía influir en sus inclinaciones políticas, hoy en día, son las inclinaciones políticas las que determinan cómo perciben la economía.
Esta transformación es consecuencia de la ideologización creciente, así como de la irrupción de la moralización rigorista a la hora de valorar al otro, a los oponentes. A eso, hay que añadir las creencias y los prejuicios que condicionan al electorado; la enorme capacidad de rentabilidad que tiene la polarización; la radicalización de nuestras sociedades; la crisis de la representación democrática; y, finalmente, la subjetivación imparable de la verdad. Añadamos a esta densa sopa la irrupción de la inteligencia artificial (capaz de hacer reales nuestras fobias y filias en cualquier formato) y su impacto en el desarrollo electoral.
Los prejuicios han asaltado la razón. Podemos llegar a votar en contra de nuestros intereses, incluso, con tal de que el voto reconfirme nuestras rabias, nuestras condenas morales. Esto es lo que llega para quedarse, seguramente. Por eso puede ganar Trump, a pesar de que ninguno de sus dramáticos vaticinios sobre la economía se esté cumpliendo.
Publicado en: La Vanguardia (25.01.2024)
Fotografía: Pixabay
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