Este artículo forma parte de la serie de contenidos del espacio ELECCIONES USA 2024, donde irán escribiendo distintas firmas invitadas.
Hace unos días, Donald Trump publicaba un vídeo en el que comparaba la Casa Blanca con un geriátrico y a Joe Biden con uno de sus residentes: «’White House Senior Living’, where residents feels like presidents». Un verdadero troleo, como resaltaron algunos medios.
Poco importa que se lleven menos de cuatro años y que Trump, recientemente, se confundiera de ciudad en un discurso o que repudiara los ataques de la organización terrorista… «hummus». Lo cierto es que la edad y, asociada a ella, la percepción sobre su estado de salud es todo un tema para Joe Biden, y no tanto para Donald Trump. Tal es así que, en septiembre del año pasado, la CNN publicaba una encuesta que mostraba que el 73% de los encuestados (¡y el 56% entre los demócratas!) está seriamente preocupado por las capacidades físicas y mentales del actual presidente.
Biden tiene un problema, y Trump lo sabe. Por ello, parece que este ha decidido cambiar su estrategia y pasar a la ofensiva. De hecho, ya destacaba en una entrevista que el problema de Biden no es que sea demasiado viejo, sino que es incompetente. Y ahora, con este vídeo, vuelve a poner la edad del presidente en el centro de su estrategia de ataque.
No es el único. Desde el año pasado, la republicana Nikki Haley viene reclamando «pruebas de competencia mental» para los líderes políticos de edad avanzada. Al principio lo decía por Biden y por algunos senadores octogenarios, pero ahora también apunta a Trump, presentándose ella como una «nueva generación» (Haley tiene 52 años).
Todo esto abre un debate de fondo: ¿la salud de las y los candidatos presidenciales es un asunto de interés público? ¿Están moralmente obligados a informar sobre su estado de salud? En la literatura especializada encontramos, por un lado, a quienes advierten que esto podría vulnerar el derecho a la privacidad (Annas, 1995; 2000); por otro, a quienes ponen el acento en el derecho del electorado a ejercer un voto informado (Streiffer, Rubel y Fagan, 2006; Gutiérrez-Rubí, 2011). Quizá ambas perspectivas tengan algo de razón y la respuesta definitiva esté en si el deterioro de la salud o una enfermedad en cuestión puede afectar el desarrollo pleno de sus funciones o incluso provocar una sucesión anticipada.
Volviendo a la campaña norteamericana, a Joe Biden le quedan solo dos opciones para intentar revertir la imagen que existe sobre su edad y su capacidad para ejercer y renovar el cargo: certificar su buena salud o mostrar que lleva una vida saludable. Estas estrategias, que tan bien describe el profesor Rodríguez Andrés, son las que suelen seguir los candidatos cuando, por decisión propia o por imposición de los medios de comunicación o de la opinión pública, comparten información sobre su estado de salud.
En febrero del año pasado, el presidente Biden, aunque no está obligado por ley, publicó un informe del médico de la Casa Blanca que concluía que «continúa en condiciones de desempeñar su cargo». Sin embargo, estas certificaciones normalmente tienen algunos problemas de credibilidad y no acaban siendo del todo efectivas. La segunda de las estrategias, que es la difusión de hábitos saludables, parece a priori más convincente y, por ello, es la que generalmente acaban adoptando muchos líderes políticos: desde las partidas de golf de Barack Obama hasta las carreras de Pedro Sánchez, pasando por las recordadas caminatas de Mariano Rajoy.
A través del ejercicio físico, las y los candidatos se muestran dinámicos, vitales y enérgicos, lo que refuerza su percepción de liderazgo. Los electores podrían, quizá inconscientemente, estar depositando una mayor confianza en quien cuida de sí mismo y se prepara adecuadamente para cumplir con las exigencias físicas que demanda una campaña y el trabajo de presidente. ¿Es tarde para ver a Joe Biden haciendo una power walk o jugando más al golf?
Todo pareciera indicar que la salud (su percepción, su certificación o su construcción) será determinante en estas nuevas elecciones norteamericanas. Es un ejemplo más del papel que tiene, hoy, la vida privada en comunicación política y de la necesidad de diseñar estrategias biográficas integrales. Muchas veces, la percepción se convierte en realidad. Y ser capaz de construir un relato propio, veraz y solvente, en el momento adecuado, puede marcar la diferencia.
Publicado en: Newsletter del MCPC de la Universidad de Navarra en LinkedIn
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