Este artículo forma parte de la serie de contenidos del espacio ELECCIONES USA 2024, donde irán escribiendo distintas firmas invitadas.
La nominación republicana enfrenta a dos candidatos con estilos marcadamente diferentes. El populismo y el estilo polarizante de Donald Trump tiene en Nikki Haley una contrincante que busca devolver al Partido Republicano a su impronta tradicional.
Tras su presidencia, la mancha del asalto al Capitolio y las resistencias internas, Trump confirmó en pocas semanas su liderazgo dentro del Partido Republicano en las primarias de New Hampshire y en el caucus de Iowa, con contundentes resultados. Mientras, Haley se mantiene en la carrera y aspira a convertirse en la candidata republicana de noviembre. Todo esto con un gran foco en lo que decida la Corte Suprema: nada menos que si el expresidente cometió insurrección cuando los activistas entraron por la fuerza al Congreso en 2021. Su sentencia definirá si Trump queda habilitado para competir o no en esta elección.
Así, el partido se encuentra ante preguntas fundamentales: ¿Enfrentará a Joe Biden con más polarización? ¿O es hora de un perfil moderado y más cercano a la tradición de Lincoln, Reagan y los Bush? Para comprender esta disyuntiva conviene detenerse en quién es Haley.
Hija de inmigrantes, es una política con una larga trayectoria: entre otros cargos, ocupó la gobernación de Carolina del Sur y fue embajadora ante la ONU hasta 2018, cuando las diferencias con el entonces presidente Trump respecto a Rusia fueron más fuertes. Si bien coincide con él en varios aspectos de política interior, aboga por una gestión económica más equilibrada en lo presupuestario, blande algunas críticas a la política fiscal entre 2017 y 2021, y le señala por haber contribuido a incrementar una deuda pública que crece especialmente desde los tiempos de Barack Obama.
También tiene una definición clara sobre el tipo de liderazgo que debe ejercer Estados Unidos en el mundo. Dice que hay que seguir apoyando a Ucrania, incorporar a ese país a la OTAN (contra un Trump desencantado con la Alianza Atlántica), sostiene que enviaría fuerzas especiales a la frontera con México para atacar el narcotráfico y defendería a Taiwán contra China. Lejos del aislacionismo que algunos analistas le adjudican a Trump, Haley quiere reafirmar la autoridad global de Estados Unidos.
La postura antiestablishment de Trump contra la posición más cercana a la tradición del Partido Republicano de Haley es una muestra de lo que puede generar la polarización, esta vez, dentro del partido.
Cuando la academia analiza este tema, suele dejar afuera lo que genera dentro de los partidos. Una excepción la encontramos en un artículo de Eric Groenendyk, Michael Sances y Kirill Zhirkov. Los autores explican que, cuando las élites se exacerban, pueden surgir diferencias entre los que apoyan la radicalización ideológica y quienes preferirían una posición más moderada. La interna republicana de este año coincide con esa dinámica.
Trump consiguió dominar al Partido Republicano gracias a la polarización. Su estilo populista, su «nosotros» y su «ellos» categóricamente definido, sus modos disruptivos e intransigentes (en línea con lo que prefieren sus simpatizantes) le consiguieron el apoyo popular y le llevaron a la Casa Blanca. Sin embargo, no es un estilo que todos comparten y, de hecho, es el corazón de la actual primaria.
Haley quiere consagrarse con los que esperan al costado del camino: los moderados y más tradicionalistas. Para eso pone sobre la mesa una propuesta diferente, aunque con puntos de contacto con su exjefe, y disputa la impronta del Partido Republicano.
El desenlace de esta historia tendrá un efecto muy relevante para el futuro de Estados Unidos y para la relación entre los ciudadanos de ese país con la democracia.
Si la salida es el consenso entre ambas formas, con un Trump habilitado por la Corte Suprema, triunfante y que logre sumar a Haley, los republicanos podrían lograr un fuerte bloque legislativo (como aval del oficialismo que entre o como sólida oposición), y limitar los obstáculos a su agenda parlamentaria.
Pero, si quedaran muchos heridos (de un lado u otro), se abre la pregunta por la relación del Partido Republicano con su propia base, en un contexto de fuerte desafección política. Un estudio de diciembre de Pew Research Center aporta datos interesantes en este sentido. El 68% de los electores de Haley no estarían satisfechos si Trump ganara la nominación, que se sumaban a un nada despreciable 43% de los electores de De Santis que no estarían conformes en ese escenario. Y, por otra parte, el 41% de los votantes del expresidente se disgustarían con una nominación de Haley.
La polarización demostró ser muy costosa. ¿Será hora de cerrar esa cuenta?
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Fotografía: Kelly Sikkema para Unsplash