La metáfora ortográfica de Pedro Sánchez («Esta decisión no supone un punto y seguido. Es un punto y aparte») para justificar su decisión final es sugerente. Tras la irrupción del imbatible género epistolar en política, las analogías con los signos de puntuación no dejan de ser un guiño ―intencionado o no― con el valor de la palabra. Escrita hace unos días, y hoy con el protagonismo de la palabra hablada. En cualquier caso, lo que está en juego es el carácter ejemplar y moral de su palabra. Luego, vendrá la política.
Tiempo habrá para reflexionar ―ya sin la presura del ultimátum― si la sociedad española necesitaba un punto y aparte, o un nuevo capítulo. Incluso un nuevo libro. Con los mismos autores o con nuevas plumas, géneros e historias. Los próximos días, una vez haya bajado el loop emocional de las últimas horas, nos permitirán tener más perspectiva. Pero ahora, el tema central es la palabra del presidente, su crédito y su autenticidad. Su valor.
En su reciente libro, La consagración de la autenticidad (Anagrama, 2024), el sociólogo francés Gilles Lipovetsky habla de una suerte de obsesión social por la autenticidad, que se ha convertido en una palabra fetiche, un ideal de consenso, una preocupación cotidiana. La (comunicación) política, como no podía ser de otra manera, no está exenta de esta «ética de la autenticidad», que es signo de los nuevos tiempos. La ciudadanía espera que las políticas y los políticos sean auténticos; y si estos no pueden serlo, intentarán parecerlo, aunque ser natural sea «la más difícil de las poses», como alguna vez dijo Oscar Wilde.
La carta del miércoles pasado no estaba firmada por el presidente, sino por la persona. Tanto es así que llevaba su firma de puño y letra, y ningún indicio gráfico de la institución que representa: ni membrete, ni logo, ni sello. «Muchas veces se nos olvida que tras los políticos hay personas», decía cerca del final. Nada más auténtico que dejar los cargos y la política de lado para humanizarse. Hoy, en cambio, eligió comparecer —sin preguntas— en la puerta de La Moncloa, con un atril con el escudo nacional y flanqueado por banderas de España y la Unión Europea. Pedro Sánchez envió la carta; el presidente anunció que seguirá en el cargo.
La carta mostraba un Sánchez vulnerable que, lejos de la épica del político todoterreno, autor de Manual de Resistencia, les pedía a las españolas y los españoles tiempo para «parar y reflexionar». Y ni siquiera en solitario, como haría un superhéroe, sino en compañía de su esposa porque es «un hombre profundamente enamorado». De socialista rebelde a estratega maquiavélico, y de candidato permanente a persona sensible.
En la comparecencia de esta mañana se presenta como un luchador que, ante la adversidad, sale a pelear con más fuerzas. Decide seguir en la presidencia, aunque es consciente de que los ataques seguirán: «Sabemos que esta campaña de descrédito no parará». Así, su decisión es casi un sacrificio porque «lo importante, lo verdaderamente trascendente, es que queremos a España». Es un guion.
No hay dimisión, al contrario. No hay siquiera (al menos por ahora) reforma de la Justicia para combatir el lawfare. Hay, según él, «punto y aparte». Sánchez redobla sus ambiciones. Sigue en la presidencia para trabajar en la «regeneración pendiente de nuestra democracia» e invita a las españolas y los españoles a una «reflexión colectiva» para decidir «qué tipo de sociedad queremos ser». Una retórica algo pretenciosa que puede anticipar un cambio en su relato: de «presidente progresista» a «defensor de la democracia». ¿Se puede ser víctima y héroe al mismo tiempo? No hay moción de confianza, pero la confianza de la sociedad española en su palabra y su relato es la que está en juego.
En estos días se ha hablado mucho de la posibilidad de una moción de confianza, pero menos de la confianza en la palabra de Pedro Sánchez. La carta, hoy, tiene otra interpretación y pone el foco en la credibilidad del presidente. Para algunos, sinceridad. Para otros, victimismo y frivolidad. Porque, como demuestra un artículo de Simon M. Lübke e Ines Engelmann, la autenticidad también es subjetiva: en el proceso de juzgar si algo nos parece o no nos parece auténtico intervienen nuestros prejuicios, creencias y preferencias personales. La autenticidad polarizada. Cinco días después, la reflexión colectiva nos ha refugiado más en los prejuicios que en los juicios.
Sánchez se queda, pero salvo él, nada será igual. «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí». Este microrrelato del escritor guatemalteco Augusto Monterroso, a pesar o gracias a su brevedad, es una obra maestra y, a lo largo de los años, ha tenido varias interpretaciones y resignificaciones. Hoy, después de cinco días de expectación, y tras una larga vigilia pública… Pedro Sánchez seguía ahí, con su punto y aparte, tras los puntos suspensivos recientes. Veremos si su microrrelato es inspirador o no. Y cómo siguen los signos de puntuación.
Publicado en: El País (29.04.2024)
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