En los últimos años, en la India hay cada vez menos estatuas de Gandhi, y más de su asesino. Lo indica el periodista Mihir Dalal, cuando explica que mientras que las estatuas de Mahatma Gandhi, el icónico líder del movimiento de independencia de la India y un símbolo mundial de la no violencia, han sido tradicionalmente veneradas, ahora lo están siendo cada vez más los monumentos dedicados (en público o en privado) a Nathuram Godse, su asesino y un nacionalista hindú radical, que mató al líder indio precisamente porque no era lo suficientemente nacionalista y antimusulmán, quienes eran para él «los verdaderos enemigos del país».
Porque, hoy en día, crece la percepción de la política como un campo de batalla emocional, más que racional, y cuya mejor arma es la creación de elementos emocionales para movilizar a la ciudadanía, a favor o en contra de algo o de alguien. Porque tener un enemigo claro polariza, hace aumentar el voto hacia un partido o un líder que se siente como propio, más que hacia alguien que no es como nosotros, que se considera «el otro». Siguiendo con Mihir Dalal y el ejemplo indio, «nada hace que el yo sea más consciente de sí mismo que un conflicto con el no-yo. Nada puede unir a los pueblos en una nación como la presión de un enemigo común. El odio separa y une».
Al convocar constantemente a «batallas» contra enemigos ideológicos, cada vez más líderes políticos simplifican el contexto social para que la ciudadanía deba elegir: o blanco o negro. Se trata de una herramienta del populismo que no deja de aumentar en todo el mundo. Ese aumento de la comunicación contra un enemigo común también logra mantener una presencia más constante en los medios y capta la atención de un público que también valora, más que nunca, la acción y la emoción sobre la deliberación y el análisis.
Juan Elman, al hablar del modo de comunicar de Donald Trump, usaba el concepto de entretenimiento emocional: si se quiere llamar la atención del público y de la prensa siempre hay que buscar un enemigo y «convocar a una batalla, la que sea, pero hay que pelear. […] En lugar de hablar de números o teorías, Trump habla de política a través de historias». Simplicidad, sencillez y, sobre todo, emociones.
El estilo comunicativo simple, provocador e informal de Donald Trump en su propia red: TruthSocial, analizado por Miren Gutiérrez, muestra que gran parte de su lenguaje se puede observar en su elección de adjetivos. Si se enumeran los calificativos comunes en sus mensajes, vemos una cuidadosa distribución de opuestos: «bueno» y «malo», «mejor» y «peor», «nuevo» y «viejo», «falso» y «justo», «inteligente» y «tonto». O estás con él o estás contra él. O eres amigo o eres enemigo.
Al polarizar, las diferencias ideológicas no solo se profundizan sino que se transforman en divisiones sociales hostiles. Y esas batallas no solo tienen repercusiones hacia la comunicación externa, sino que la identificación de un enemigo común puede fortalecer la propia cohesión interna de un grupo al definir claramente las líneas entre «nosotros» y «ellos», diferenciándose y haciendo que los seguidores se sientan más unidos dentro de su grupo pero más distantes y posiblemente hostiles hacia los otros. Esto hace que la polarización no cese, sino que, al contrario, el diálogo se vuelva cada vez más difícil, y la política se base más en derrotar al «otro» que en buscar soluciones conjuntas.
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Ilustración realizada con Inteligencia Artificial