Este artículo forma parte de la serie de contenidos del espacio ELECCIONES USA 2024, donde irán escribiendo distintas firmas invitadas.
La más que plausible candidata demócrata para la presidencia de Estados Unidos, Kamala Harris, no es Joe Biden. Y esa, por ahora, parece ser su principal ventaja porque, después de meses dudando de la capacidad de liderazgo del actual presidente, la tasa de desaprobación de Biden es, hoy, del 55,9%. A Kamala, en cambio, «solo» la desaprueba el 55% de la población estadounidense. Especialmente se la valora negativamente por parte de jóvenes, hombres y personas sin estudios. Al contrario, Harris obtiene mejores resultados entre las mujeres, los votantes afroamericanos y los graduados universitarios.
Como vicepresidenta, su valoración hoy, en el día 1191 de gobierno, es de -19% respecto a la valoración que se tenía ese día de Mike Pence, vicepresidente de Trump, en 2020; de -10,6% respecto a la valoración respecto al vicepresidente de Obama, Joe Biden, en 2012; -21% respecto a Dick Cheney (vicepresidente de George W. Bush) en 2004; y -44,5% respecto a Al Gore, el vicepresidente de Bill Clinton en 1996. Las comparaciones muestran, pues, que la vicepresidencia de Kamala Harris no ha sido buena, que no ha conseguido mejorar a lo largo del tiempo, ni mostrar liderazgo, ni logrado la suficiente visibilidad. No ser Joe Biden, pese a las ínfimas tasas de valoración del presidente, no la ha ayudado hasta ahora.
Además, a partir de 484 encuestas realizadas a su figura desde 2018, Los Angeles Times demuestra que hay una fecha clave en su declive. Fue el 8 de junio de 2021. Hasta ese día, su valoración positiva era superior a la negativa. Desde entonces todo le ha ido mal. La razón estriba en que después de convertirse en vicepresidenta se le pidió que liderara la respuesta de la administración al polémico tema de la inmigración (un regalo político envenenado). Para empezar su labor visitó Guatemala y México. Justo al regresar de su viaje, en una entrevista de la NBC, el periodista Lester Holt le preguntó que por qué no había ido a la propia frontera sur estadounidense. Harris se mostró muy enfadada con él y le respondió de malas maneras que tampoco había estado en Europa o en Australia (aunque obviamente allí no hay problemas fronterizos). Todo ello generó numerosas críticas y la puso en el punto de mira de los republicanos y de su prensa afín, que entonces buscaban aún el talón de Aquiles de Biden.
Harris se puso en su diana y ahí ha seguido. Incluso esta semana los primeros ataques de Trump hacia Kamala, a las dos horas de la dimisión de Biden como candidato, han sido llamarla «la zar de la inmigración», obviamente para situarla como la líder de una supuesta estrategia fallida en la frontera. Si le sumamos las críticas por haber escondido que el Presidente no estaba capacitado para liderar tenemos ya casi toda la artillería no misógina (eso daría para otro artículo) contra su candidatura.
Hasta aquí las malas noticias para Harris. Porque no ser Joe Biden también significa un nuevo comienzo, un mundo de posibilidades de lograr más donaciones (ya lleva 100 millones) y una nueva estrategia de comunicación política que puede devolver la esperanza a su campaña. Esta estrategia intenta volver a movilizar a jóvenes y a minorías (especialmente la latina), que era la gran espina clavada para la campaña de Biden. Sin movilizar a estos segmentos, la victoria es imposible.
Estos días, endorsements de grandes figuras del pop como Beyoncé y Charli XCX, una buena estrategia en TikTok y, como explica Brenda Silva, elementos de cultura pop para conectar con la generación Z (el uso del concepto Brat, o los memes del cocotero) intentan movilizar el voto joven. Falta ver si es suficiente y si tendrá suficiente tiempo pero parece que, al menos, algo se está moviendo y que la campaña de Kamala Harris se diferencia claramente de la campaña del hasta ahora presidente. Es lo que tiene no ser Joe Biden.
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Ilustración realizada con IA
Publicado en: El Independiente (24.07.2024)