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Por una política aburrida y previsible

El cansancio y hastío que una parte muy relevante de la ciudadanía siente respecto a una determinada manera de ejercer la práctica política tiene un fundamento básico: la política invade nuestras vidas constantemente con su imprevisibilidad y tensión polarizante. La política cansa, agota… y enoja.

Esta invasión cotidiana, esta sobrerrepresentación de la actividad política (amplificada por los medios y los ecosistemas digitales) provoca agitación venenosa en una parte de los electores más beligerantes, pero también, para la inmensa mayoría, la necesidad de poner pie en pared, de poner distancia ante la incesante e inagotable densidad de noticias y giros de guion cada vez más incomprensibles y alejados de los problemas concretos y de la vida de las personas. «La política no me interesa», manifiestan. La relevante encuesta de Ipsos, Sentimiento de sistema roto en 2021, destacaba que el 70% de los encuestados cree que los políticos no se preocupan de la vida y los problemas de la gente.

Por eso, emerge cada vez con más  fuerza el liderazgo de la política previsible —casi aburrida—, sin sobresaltos, sin excesos, sin ruido ensordecedor, sin agitación provocada, sin tensión. La política tranquila. La fuerza serena. La filósofa Josefa Ros, en su libro La enfermedad del aburrimiento (2022), aborda esta sensación como un fenómeno complejo. Según la Sociedad de Estudios de Aburrimiento, que Ros fundó en el 2021 junto a otros académicos y que está integrada por más de 150 investigadores de distintas disciplinas, esta experiencia tiene un impacto profundo en procesos mentales como la atención, la memoria y la creatividad, y puede moldear la autoconsciencia. Sin embargo, el aburrimiento no solo es un fenómeno psicológico o cultural, también tiene una dimensión profundamente política. En el ámbito de la comunicación política, por ejemplo, el aburrimiento puede ser un arma de doble filo. Por un lado, puede reflejar el hastío de los ciudadanos ante discursos repetitivos, promesas incumplidas o líderes que no inspiran. Por otro, puede ser el terreno fértil donde germinan ideas disruptivas, movimientos alternativos o nuevas formas de conectar con el electorado. O, simplemente, una cómoda sensación de orden y control sereno que garantiza el correcto funcionamiento de la cosa pública.

Ya sea en el ámbito personal o en el escenario político, debemos aprender a convivir con el aburrimiento, incluso a aprovecharlo. En última instancia, como bien señala Ros, la forma en que enfrentamos este fenómeno dice mucho de quiénes somos y de qué tipo de sociedad aspiramos a construir. El orden puede ser aburrido y previsible, sí. Pero también el manto protector al que aspiramos de los servidores públicos para que nuestras vidas puedan avanzar sin los sobresaltos y las piruetas constantes del empacho de política en que se ha convertido la plaza pública.

Publicado en: La Vanguardia (9.12.2024)
Fotografía: Osama Madlom para Unsplash

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1 COMENTARIO

  1. El aburrimiento puede ser el mejor antídoto para la convulsión como bien explicas, la previsibilidad siempre aporta beneficios en la mayoría de los ámbitos de la vida y nos aleja de la locura. Cabe algún sobresalto agradable, aunque si es posible que sea para bien y no para mal.

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