Los gobiernos ven, crecientemente, cómo su capacidad de condicionar comportamientos para garantizar la salud pública empieza a menguar y el cumplimiento de las medidas más efectivas como la distancia social, las mascarillas y la higiene personal decrece en todo el mundo. Por el contrario, las protestas, el rechazo y el incumplimiento aumentan alimentados por los bulos y la desconfianza hacia la eficacia de las políticas públicas. La fatiga y la impaciencia, junto con el desánimo y el miedo al futuro, se extienden como otra y nueva capa pandémica: la emocional.
Vivimos en una sociedad nerviosa y con desconfianza hacia los gobiernos. Es una sociedad cada vez más airada, que pasa del malestar al miedo, y que vive en la incertidumbre, porque nadie genera certezas en un presente o un futuro mejor. La psicóloga Megan Devine, terapeuta de duelo, indicaba en un reciente artículo en The Atlantic que «todo el mundo está afligido por algo, ya sea por la pérdida de la rutina diaria, un trabajo, la seguridad de la vivienda, las personas que les importan, la pérdida de una sensación de estabilidad, o no saber lo que se avecina […] Hemos perdido nuestra fe en la certeza».
La OMS ya advertía en junio pasado sobre lo que cada día parece más compartido y evidente: no estábamos preparados para una pandemia así, ni tampoco para una resistencia resiliente tan larga, continuada y desgastante, además de trágica. Esta fatiga, aunada con miedo y ansiedad, hace que la nostalgia por un pasado mejor, que ya era importante en el 2019, especialmente en España, Italia y Francia, según la Fundación Bertelsmann, aumente su protagonismo en la sociedad.
El futuro ha dejado de ser un destino prometedor y superador. Y ello tiene consecuencias en la política y en la percepción de la democracia. En su libro Twilight of democracy (el crepúsculo de la democracia), el título más reciente de Anne Applebaum, la autora advierte de que el mundo democrático está «envejecido, frío y cansado». Estamos ante lo que el politólogo Larry Diamond denomina una «recesión democrática», acrecentada por la recesión económica.
La incertidumbre, sin duda alguna, también afectará al futuro de la política. Un buen ejemplo lo veremos en Francia. En todas las encuestas, se muestra de nuevo una segunda vuelta entre Macron y Le Pen, pero con una gran diferencia. Si hasta ahora, en todas las ocasiones en que la derecha populista ha llegado a esta situación, el resto de votantes de otras fuerzas políticas daban su apoyo al partido que pudiera hacer frente al desafío democrático de Le Pen, en esta ocasión las encuestas indican que un parte importante de esa misma ciudadanía se abstendría quedándose en su casa, con lo que Marine Le Pen tendría muchas más posibilidades de victoria. Es desencanto con la política y desafección con los gobiernos. Y, ahora, fatiga democrática. Fatigados somos más vulnerables y, al mismo tiempo, irascibles, impacientes e indiferentes. Francia puede ser un serio aviso.
Publicado en: La Vanguardia (18.03.2021)
Fotografía: Unsplash (@howlingred70)
En un mundo lleno de peligros el hastío que describes es sin duda la mejor gasolina… recesión democrática, mundo frío, envejecido, cansado… diría que ese mundo pudiera tornarse en caliente, rebelde y enfadado… entonces vendrían los problemas más serios, el pueblo cansado de hoy puede ser el rebelde mañana por la mañana.