Nerviosismo. Y ansiedad. Este es el cuadro anímico de las fuerzas políticas —y sus líderes— en esta recta final. La incertidumbre del resultado electoral hace que la tradicional jornada de reflexión sea el preámbulo de una agitación sin precedentes. No se trata de la excitación por el desenlace, sino del miedo a que el mismo sea una pesadilla. «Estamos en un laberinto» dijo el jueves el candidato socialista, Pedro Sánchez, en un tramo final en el que los nervios y el cansancio han mostrado todas sus costuras y vulnerabilidades. Un laberinto, quizá, sin salida.
La repetición electoral puede acabar con un escenario peor para todas las fuerzas políticas menos para VOX, que muestra una irrupción desbordante. Los electores siguen provocando grandes sacudidas al inestable mapa político español en los últimos años. No son caprichosos, están en modo exigente, urgente e impaciente. La imprevisibilidad del resultado es parte del agotamiento de la oferta tradicional; de la insatisfacción por las nuevas propuestas, que mostraron su envejecimiento prematuro y que debían regenerar el agotado péndulo del bipartidismo; del cansancio causado por el desafío independentista; y de la aguda desconfianza en la política y en los partidos que se ha apoderado de buena parte de la opinión pública española.
¿Y si, finalmente, la cita de mañana no estuviera marcada por el eje derecha o izquierda, sino por el de establishment o antiestablishment? Esta es la pesadilla que inquieta y desvela al sistema político y a sus representantes. Ya dijo Pedro Sánchez que no podría dormir tranquilo, pero quizá será por más razones de las que imaginaba o explicaba. La noche electoral puede provocar insomnio estructural o provocar acuerdos, más allá de los bloques ideológicos, para evitar el contagio sistémico de la antipolítica. Italia, y su coalición contra Matteo Salvini, como referencia.
Los nervios se agudizan con las horas. Los indecisos resuelven sus dudas cada vez más tarde, con cálculos más indescifrables y con movimientos de última hora imperceptibles por parte de los partidos. En 1997, en España, en los quince días de campaña, se decidieron el 13% de los votantes. En 2015, el 36%. Y un 18% el último día. En el CIS de diciembre de 2015, la increíble cifra del 41% de gente que iba a ir a votar no estaba segura de por quién lo haría. Así ha seguido creciendo la incertidumbre hasta hoy, hasta el último día, en el que puede definirse el 10% de los electores, y con cuatro elecciones seguidas en los últimos cuatro años.
¿Y si el voto no fuera una elección sino una lección? Algunos electores pueden querer castigar, con su voto, al conjunto —o a determinados representantes— del sistema por la incapacidad de formar gobierno, por la repetición acumulada y por el tacticismo electoral agotador de sus protagonistas. Sea cual sea el resultado, la verdadera reflexión empezará el lunes: ¿Cómo y por qué hemos llegado hasta aquí? Algunos recordarán: «Cuando las horas decisivas han pasado es inútil correr para alcanzarlas» (Sófocles).
Publicado en: El Periódico (9.11.2019)
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– «No descartaría que haya terceras elecciones», Antoni Gutiérrez-Rubí (intervención en el programa Al Rojo Vivo, La Sexta TV, 12.10.2019)