Hay muchas lecciones que aprender de las elecciones estadounidenses de 2016. La victoria de Donald Trump sirvió ante todo para recordar al Partido Demócrata que la presidencia se decide por unas pocas decenas de miles de votos en algunos estados clave del país. Y es que, aunque la candidata demócrata Hillary Clinton ganó el voto popular por más de 2,8 millones de papeletas, Trump recabó 304 votos del Colegio Electoral frente a los 227 de su rival, alzándose así con la presidencia. Por eso, durante los siguientes meses, la capacidad de los candidatos demócratas de movilizar al electorado de los swing states de Pennsylvania, Winsconsin y Michigan, que determinaron el resultado de 2016, será clave para ganar al pulso a Donald Trump en las elecciones de 2020. Pero no será tarea fácil para ninguno de ellos.
En primer lugar, porque la confianza entre los votantes de ambos partidos pasa por horas bajas. A pesar de que el apego de los electores tanto a demócratas como republicanos es especialmente bajo en la actualidad, la percepción de la polarización política es extremadamente alta. Ambos grupos de votantes tienen además una opinión caricaturizada y negativa del otro, lo que reafirma su intención de no votar al partido rival aún si el líder actual de su partido no representa fielmente sus ideas. Esta tendencia al partidismo negativo, que se ha observado también en el contexto español, hace que sea difícil para los candidatos convencer a los votantes al otro extremo del espectro electoral.
En segundo lugar, porque, tal y como señala el analista político Dave Wasserman “en general, la pequeña franja de votantes en este país que todavía pueden ser persuadidos, no son personas altamente ideologizadas”. Estos electores no buscan una ideología a la que votar, sino un candidato con el que identificarse: una persona que comparta sus experiencias y entienda sus retos vitales, un candidato que transmita autenticidad, empatía y sea un agente creíble para el cambio.
En este sentido, el actual presidente llega a la cita electoral con la lección bien aprendida: conoce a la perfección el público al que puede apelar. No en vano, su campaña ha gastado más de 11,1 millones de dólares en anuncios de Facebook y Google relacionados principalmente con el debate sobre la inmigración y dirigidos a votantes mayores de 65 años. Trump tiene además una gran capacidad de movilización de su electorado, que le ve como una persona honesta por decir de forma directa lo que piensa, y no ha dejado de hacer campaña durante su presidencia, pasando únicamente del Make America Great Again al Keep America Great.
Los demócratas no parecen tener tan claro el terreno de juego. El panel de candidatos se reducirá drásticamente tras el tercer debate televisivo en septiembre, para el que hasta ahora solo califican nueve candidatos, pero estos siguen atrapados en el dilema de la tribu demócrata.
El debate se centrará seguramente en el giro a la izquierda propuesto por candidatos tan populares como Bernie Sanders, Elizabeth Warren y Kamala Harris. Sus iniciativas en materia de salud pública, inmigración e igualdad racial apelan a unas bases compuestas cada vez más por mujeres, minorías étnicas y raciales, y jóvenes, radicadas en las costas del país, pero no consiguen identificarse ni empatizar con los hombres trabajadores y blancos del Midwest que dieron la victoria a Trump y que quieren escuchar propuestas que solventen su situación económica.
El giro a la izquierda pude funcionar para sus votantes más fieles, pero queda la duda de si podrán lograr una participación suficientemente alta de estos para no depender del voto blanco en estados claves, algo que logró con anterioridad Obama al atraer una movilización histórica del voto afroamericano pero que los candidatos actuales no parecen estar en posición de lograr.
Si el escenario electoral no cambia en exceso a lo que hemos observado en los últimos períodos electorales, los demócratas necesitarán el apoyo de los swing states del Midwest para derrotar a Trump, pero este es un terreno en el que el presidente parte de una posición de fuerza. Entre sus electores, es una figura de unidad y que moviliza a los votantes, y ha dado con el lenguaje y las propuestas que le permiten ganar votos clave en estos estados. Mientras, los demócratas no han encontrado el equilibrio que les permita igualar el discurso de Trump, y eso puede costarles la presidencia. Los candidatos demócratas deben encontrar la manera de unir las preocupaciones de las costas y el interior del país, mientras tanto, en el Midwest, Trump sigue jugando en casa.
Fotografía: Visuals para Unsplash
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