Una vez más, en política, las formas son fondo. La reunión entre el presidente Pedro Sánchez y el president Quim Torra ha mostrado, con detallada contundencia, la necesidad de pensar —siempre— en la liturgia política como parte inseparable de la política y de la comunicación política en particular. A pesar de los esfuerzos de Elsa Artadi, consellera de la Presidència y portavoz de la Generalitat, por rebajar el duelo estético y escénico de la reunión («más allá del formato, lo importante es de qué se habla en la reunión», ha afirmado), y de la contundente interpretación de la cita expresada por la vicepresidenta Carmen Calvo («no es una reunión de dos Gobiernos porque el Gobierno es también el Gobierno de Catalunya»), la realidad política —y la necesidad pragmática de ambos ejecutivos— se impone, finalmente.
El pragmatismo, en una acelerada y simultánea —¿coordinada?— secuencia, ha reabierto las posibilidades de aprobación de los Presupuestos Generales del Estado. ERC y PDeCAT, junto con Podemos, se inclinan por aprobar el techo de gasto de Sánchez, para que pueda aprobar —al menos en el Congreso— esta herramienta esencial para diseñar los presupuestos. Ahora, en un segundo intento, después de que en julio la Cámara Baja los rechazara con la abstención de estos tres partidos, el ejecutivo de Pedro Sánchez puede dar oxígeno a una legislatura que vive al día.
Todo ello el mismo día que, desde la prisión de Lledoners, todos los políticos presos han pedido contención y renuncia expresa a cualquier violencia o provocación a los manifestantes convocados hoy; y que los cuatro que estaban en huelga de hambre hayan decidido suspenderla, reaccionando muy positivamente a la petición coral de los expresidentes de la Generalitat y del Parlament, más el Síndic de Greuges, de suspender esta medida de fuerza y presión al considerar que la protesta «ya ha dado visibilidad a su situación procesal y ha sacudido conciencias a escala nacional e internacional».
Pero volvamos a la reunión. La historia sobre los formatos de encuentros políticos y, en particular, sobre el lugar y la disposición de la mesa (sillas, distribución, objetos, distancias, y cualquier otro símbolo o detalle que pueda ser interpretado como código de señales) es larga y muy sugerente. Por ejemplo, y salvando todas las distancias, en 1973 París fue sede de los acuerdos de paz que finalizaron con la Guerra de Vietnam y dieron lugar a la independencia de Vietnam del Sur. Las negociaciones entre Estados Unidos, Vietnam del Norte, Vietnam del Sur y el Frente Nacional de Liberación del Vietcong llevaron años de arduas negociaciones políticas. Sin embargo, uno de los principales dilemas trascendió los temas bélicos o legales: la forma de la mesa en la que iban a sentarse los líderes. Esa cuestión trabó la Conferencia de París por más de un año. Mientras que los vietnamitas querían una mesa cuadrada, Estados Unidos deseaba una mesa redonda para evitar que se diferenciaran los bandos. La estética escénica encontró un punto medio: la mesa donde se firmaron los acuerdos, finalmente, fue ovalada.
En términos de comunicación y de expresión del poder, ese no era, para nada, un detalle menor: las mesas redondas evitan cabeceras y rangos, pretenden poner a todos los participantes en condiciones de igualdad, donde todas las partes tienen el mismo valor, más allá de su tamaño o peso real. ¿Qué tienen en común Estados Unidos, Irlanda del Norte, Bolivia y Kazajstán? Todos son miembros, hoy, del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Más allá de las múltiples diferencias (políticas, económicas y militares) entre cada país, ninguno ocupa una cabecera: la mesa es redonda, como habitualmente sucede, también, en otras reuniones multilaterales, desde el G20 a la OTAN, pasando por los encuentros del Consejo Europeo de jefes de estado y de gobierno. Las mesas son política. Difícilmente haya una expresión más clara del poder de los detalles y de las formas.
«Todos queremos avanzar, pero caminamos por un campo de minas», resumía hace muy pocas horas un dirigente del PDeCAT para explicar que cualquier error puede ser fatal y destruir la rendija de oportunidad política que esta reunión alberga. Veamos cómo se escenifica todo. La política es hacer posible lo necesario. La mesa, y la liturgia política, puede contribuir a ello. Por eso, cuando decimos que «nos levantamos de la mesa» es que las conversaciones y el diálogo se rompen. Mientras sigan sentados en ella, todo es posible. Hasta es posible que lo necesario se imponga sobre las urgencias, los miedos, los recelos y los costes que tiene, siempre, el diálogo para quien lo promueve y, en especial, para quien lo practica.
Publicado en: La Vanguardia – Tecnopolítica, 20.12.2018)
Fotografía: Benjamin Child para Unsplash
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Dentro de todo no ha estado tan mal como algunas personas esperaban.tienen que llegar algun acuerdo que nos sirva a todos.