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Entrevisto a Andrea Levy, para Ethic

Andrea Levy (Barcelona, 1984)  es diputada en el Parlamento de Cataluña y vicesecretaria de Estudios del Partido Popular. En  estos años ha vivido en primera línea de fuego los cambios –y las convulsiones– que ha experimentado nuestro tablero político. En este encuentro organizado por Ethic, Antoni Gutiérrez-Rubí mueve el foco para aproximarse, desde otros ángulos, a quienes algunos consideran una de las voces críticas del PP.

ENTREVISTA by Antoni Gutiérrez-Rubí


Leía recientemente ‘¿Quién teme a Rosalía?’, uno de tus últimos artículos en la revista Vanity Fair, con la que colaboras desde hace más de un año. ¿Por qué es importante para ti, como persona y como política, compartir tus reflexiones en un medio y, en especial, hacerlo en la sección de música?

Para mí, fue una sorpresa que el director de Vanity me propusiera abrir la sección de música. Le dije me gustaba la música, pero a nivel aficionada. Nunca había escrito una crónica. Me dijo que quería que hablara de mí, pero relacionándolo con la agenda musical. Lo vi con bastante temor. En primer lugar, por intrusismo laboral, por ponerme a hablar de música sin saber. Cuando lees crónicas de conciertos, utilizan una jerga que yo era incapaz de emplear. Pero ahora me he dado cuenta de que puedo explicar una serie de anécdotas, algunas vinculadas con temas políticos, y hacerlas divertidas. Es una manera de transmitir que los políticos salimos de la burbuja política, que no solo hablamos en lenguaje político, no solo nos reunimos con políticos ni solo estamos en canales, medios y platós políticos. Entonces, mi afición me ha hecho un perfil, y no solo me conocen como política del Partido Popular, sino también porque me gusta mucho la música. La parte buena de eso es que me ha ayudado a romper un estereotipo: el de que la política o los políticos del PP o de la derecha no tenemos vinculación con el mundo de la cultura, que no estamos conectados con las tendencias artísticas del momento. Y, sobre todo, me ha ayudado a empatizar con gente que, si solo me presentaba como «Andrea Levy, del PP», nunca se habría parado a escucharme. Compartir canciones, estilo, conciertos… ha hecho que mucha gente también me haya escuchado políticamente. De alguna manera, es un canal de acceso, una forma de acercarse a personas que o no tenían vinculación con la política o tenían aversión a la política que yo represento. Y es positivo porque se trata de algo natural. A mí me gusta la música. No finjo que me guste para crearme un envoltorio. Hay políticos que se crean envoltorios falsos para parecer modernos y no lo son. Todo esto también está vinculado con Rosalía. Ella también ha pulverizado un estereotipo. Me siento muy representada por ella y por lo que hace. A Rosalía la han apartado los puristas, que ponen el grito en el cielo por la apropiación cultural, porque se ha atrevido a darle una vuelta al flamenco, a nivel estético y de ritmos, y no le ha tenido miedo a incluir elementos nuevos, más allá de los que configuran el imaginario de la España tradicional, que parecía intocable: la España de los toros, de la Semana Santa, de la religión… Lo ha combinado con la música trap, con el chándal, con una estética más moderna. Lanza el mensaje de que es bueno salir de la trinchera ideológica porque eso te permite ver que el terreno no es tan hostil, y no te sientes atacada. Se pueden compartir espacios comunes. En mi caso, muchos dirían: «Mira esta, que escucha música alternativa». Y luego se darían cuenta de que, a lo mejor, comparten conmigo un espacio común en el que no tenemos por qué ser adversarios.

Decía el poeta León Felipe que «algún día la política será una canción». ¿Qué te sugiere esta reflexión?

La política puede ser un arte también. Se puede compartir ese espacio o esa jurisdicción propia que tiene el arte, en la cual se lo ha de juzgar con criterios diferentes de aquellos con los que juzgamos nuestro día a día. Lo que comparto de la frase es que la política puede ser una canción, un libro o un cuadro. Pero es importante que no hagamos una política estética, solo comprensible para los políticos, con un lenguaje esotérico y sobre temas que solo nos interesen a nosotros mismos. Un lenguaje político puede llegar y emocionar tanto como una canción. Creo que ahí está el éxito.

Entre tus elementos biográficos, hay uno que me ha sorprendido. Te interesa el dibujo y te trasladaste a Londres para hacer un curso en la extraordinaria escuela Central Saint Martins.

Saint Martins sale en una canción de Pulp. Cuando acabé el colegio, no tenía claro qué quería ser. Creo que me hizo bien no tenerlo claro. Hay veces en las que dudar no nos hace más débiles, sino más observadores de todas las posibilidades que tenemos delante. Y, cuando escuchaba aquella canción, me imaginaba allí. Decidí irme a Londres porque era lo que decía aquella canción que me gustaba. Londres era música, moda, movida. Pero, haciendo el curso de dibujo, me di cuenta de que no era lo mío. No sé si fue un error darme por vencida tan pronto. Pero la experiencia me sirvió para salir de mi propio entorno y darme un golpe con la realidad. Londres es una de esas ciudades que te integran o te expulsan. Por la velocidad a la que va, la gente, la mezcla de culturas… Me dio una hostia importante. Llegué con las ideas claras y dije: «Tengo que sentar cabeza». A pesar del fracaso, me dio una lección.

¿Sigues dibujando?

No mucho últimamente. Sí suelo ir a exposiciones. Tengo sensibilidad para los temas artísticos. Pero apenas dibujo. Antes sí solía hacerlo. Quizá la política no me deja tiempo para la abstracción.

¿Puede, quizá, perjudicar a tu inspiración a la hora de preparar tus discursos?

Al revés. Cuando leo, cuando escucho, cuando observo, me vienen ideas que luego utilizo en mis discursos. No soy metódica a la hora de escribir los discursos. Soy más de hacer esquemas. Muchos elementos que están en nuestro entorno, también el cultural, forman parte de ese paisaje que tenemos que integrar en el lenguaje político. Para no hacerlo extraño ni ajeno. Cuando leo, subrayo. Cuando escucho, anoto. E intento que luego se refleje, conectarlo con el mensaje que quiero trasmitir.

Antes de comenzar la entrevista, durante el ‘shooting’ de fotos me ha dado la impresión de que le dabas mucho valor a la actitud, a los gestos. ¿Hasta qué punto la imagen, la plasticidad, la comunicación no verbal es importante en política?

No se trata de una obsesión por la estética. Soy consciente de que todas las formas en las que se proyecta mi exposición pública tienen que tener un alto grado de personalidad. Doy importancia a posar en la foto porque la fotógrafa que viene también es una profesional y quiere sacar lo mejor de mí. Yo se lo doy. Cuando el lector vaya a ver la entrevista, querrá que yo también me haya esforzado en esa imagen. Es algo que utilizamos para trasladar cómo somos. No es lo mismo decir las cosas levantando el mentón, que parece que uno está aleccionando, que decirlo extendiendo las manos hacia arriba. A partir de aquí, es cierto que tengo la sensación de que cada vez leemos menos y mas rápido. A veces, te la juegas todo a una buena o mala foto. Y una foto equivocada o que no dice de ti lo que quieres trasladar es un error que luego te puede costar más caro, incluso, que un titular. Para mí, es importante que una foto diga lo que quiero decir, y que no haya ninguna imposición.

¿Qué papel crees que juega lo atractivo, lo bello, en la política y en nuestras sociedades?

Las palabras son bellas. Me ha pasado que una señora me pare por la calle y me abrace durante un minuto, muy compungida, por lo mal que lo estaría pasando en Cataluña. Solo verte y cruzar la calle para abrazarte es trasladar, con toda la desnudez, que vives, padeces, sientes lo que estás haciendo. Es un mensaje estético muy potente. Y que yo, con lo que digo, sea capaz de que esa señora que no me conoce recurra a algo tan físico como tocarme, refleja la capacidad de seducción.

¿Es importante la seducción?

Siempre que cuando hables no sea para escucharte ni convencerte a ti mismo. Es importante tener claro que lo que dices es para alguien y, sobre todo, para algo. Por eso, no se trata de convencer sin más, sino de realmente querer transformar las cosas.

Antes del congreso del PP, escribías un artículo en El País, ‘Reflexiones para una derecha renovada’, en el que decías que «gustar es más fácil que convencer». Comentabas también que, «en la era de los ‘likes’, los políticos, como los cantantes, son en sí mismos potenciales objetos de consumo emocional». ¿Crees que estamos en una fase de la política banal, superficial?

Sí, tengo la sensación de que estamos asistiendo a la era ‘pop’ de la política, en la que los políticos intentan obtener fama a través de contenido más emocional, como los cantantes o los artistas, y eso a veces me preocupa. Me preocupa haberme sentido parte de un posado más que de un reportaje sobre un tema por el cual yo me dedico a la política. Estamos rompiendo la barrera de la privacidad de los políticos para mostrarnos en nuestra cotidianidad más absoluta. Somos productos de consumo. Hay que ser cercano, natural, pero nuestra vida pública sigue siendo la profesional, no la personal, que debe seguir siendo privada. Tengo mis dudas de si no estamos más preocupados de que los mensajes que trasladamos, cada vez más impetuosos, sean más para ganar seguidores que para hacer reflexiones más pausadas, que nos llevarían a lugares de mejora colectiva.

¿Por qué te fuiste de Twitter?

En primer lugar, porque quería hacer la prueba de si los políticos existimos o no fuera de Twitter, de si dejar de usar ese canal iba a significar que luego viniera el apagón. En segundo, porque Twitter es en cierto modo una burbuja, en la que sucede todo muy rápido y en la que consumimos mucha información que no necesitamos y no queremos. A veces, es bueno que elijamos lo que queremos leer y vayamos a buscarlo. Tiene que ver con la ansiedad por estar informado, de consumir información, y con la inmediatez. Tenemos que desacelerarnos un poco. Y, en tercer lugar, porque a veces Twitter nos convierte en personas que no queremos ser. A mí me convirtió en una persona enfadada. Tengo el temor de que se convierta en un espacio de totalitarismo, donde no haya puntos intermedios. Creo que hay una homogeneización en esa red social que no permite matices.

¿Los episodios de ataques machistas te influyeron especialmente?

Creo que, si yo veo y padezco estas situaciones, desde mi posición pública tengo la obligación de denunciarlas. Así, si las padece alguien que no está en mi situación, sin tanta repercusión, debe saber que lo tiene que denunciar también. Solo con esa conciencia conseguimos que no se sigan produciendo esos ataques. En Mad men, ambientada en los años 60 en Nueva York, sorprenden los comentarios de los hombres hacia las secretarias. Incluso les tocan el culo. Uno ve la serie y piensa que esas situaciones ahora serían impensables. Como hemos tomado conciencia de que eso era machismo, nos parece inadmisible. Pues hoy tenemos que tomar conciencia de que llamarme Andreíta o hacer comentarios obscenos sobre mí también es machismo. De que algunos chistes no son graciosos. Mi manera de luchar contra ello es hacerlo público y que la vergüenza cambie de lado. Pero, independientemente de esto, en Twitter somos maleducados cuando no lo seríamos en la vida real. Cuando voy por la calle o estoy sentada en un bar, nadie me insulta. En cambio, subo una foto de un libro que me estoy leyendo y me dicen que lo he robado o que no sé leer, entre otras barbaridades. ¿Por qué nos comportamos de esa manera tan agresiva a través de esta red social?

Pero tienes presencia en otras redes.
Sí, en otras que son más amables, como Facebook.

¿Crees que lo personal es político? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Aporta información política para los electores? ¿Por qué tenemos tanto interés en saber de la vida personal de los políticos?

Los políticos estamos en un grado de exposición mediática que está trascendiendo lo político. Tenemos que pasar por programas de cocina, de baile e incluso del corazón. Esa es la política pop de la que hablaba. Estamos convirtiendo la política en algo «muy sexy», en un producto de consumo que va más allá de la gestión política. Ahora, además de hacerlo bien y ser buenos gestores, tenemos que ser alguien con quien se pueda ir de cañas. ¿Que si lo personal es político? Evidentemente, no puede haber una contradicción, porque entonces seríamos unos cínicos, y no creo que el cinismo deba dominar la política. Si soy liberal y más en lo social, mi vida personal no solo la llevaré a cabo bajo este parámetro, sino que respetaré la vida personal de los demás bajo esos parámetros también. ¿Cuánto vale nuestra intimidad? En este mundo de las redes sociales, me da cierto vértigo que la intimidad sea un privilegio. ¿Te tengo que contar absolutamente todo? ¿Con quién convivo? ¿Mis alergias? ¿Eso me hace mejor o peor político?

¿No crees que es importante para los electores tener información sobre los valores, las pasiones o las acciones de los políticos? El hecho de saber cómo es su vida personal o cotidiana ¿no les da información valiosa de cómo podrían gobernar el país, así como gobiernan su casa?

¿Por qué damos por hecho que existen unos cánones de estabilidad en las vidas? Me preocupa que el envoltorio o lo personal desdibujen por lo que luchamos, lo que defendemos o lo que nos lleva a hacer política. Si te interesa mi política es porque sabes que voy a representar tus intereses. Es cierto que cómo lo diga o cómo me comporte ayudará a trasladar ese mensaje. Pero yo intento acotar lo que cuento sobre mi vida.

Dice Soledad Gallego-Díaz: «Para compartir el antisemitismo no hace falta ser judío, como para combatir el racismo no hace falta ser negro. Lamentablemente, parece que, a veces, para combatir la violencia sobre la mujer hace falta ser mujer».

Uno de los grandes éxitos del 8 de marzo es que interpeló también a los hombres. No es un problema de las mujeres, sino que, sin ellas, la sociedad entera sale perjudicada. Ese feminismo compartido es una reivindicación que esboza los principios fundamentales de nuestra democracia: la igualdad de oportunidades y de derechos. Si en una mesa de profesionales solo hay hombres, hay un problema. Debemos ir a la causa de ese problema. ¿Quizás es porque en los procesos de selección solo hay hombres? ¿Porque las condiciones laborales tienen perjuicios para las mujeres?

¿Cómo ser leal a un partido implicado en numerosos casos de corrupción, como es el PP? ¿Cuán importante es tener la capacidad individual de marcar una posición dentro de un partido?

Hacemos un favor a nuestros partidos políticos si no se nos ve como lectores de consignas. Un partido político debe nutrirse de una polifonía que defienda un mismo proyecto y pueda responder a matices personales en los que siempre se vea que hay esa independencia de criterio. La capacidad de crítica que no es ningún ataque. Eso es preservar la credibilidad, algo que los políticos nunca pueden perder. Por eso, es sano tener esas discrepancias. Lo contrario hace que los partidos se conciban como sectas, organizaciones no permeables. Hemos de luchar contra ese corporativismo para hacer más amplias tanto la puerta de entrada como la puerta de salida.

Publicado en: revista Ethic (Septiembre 2018)

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