La agnosia es la incapacidad para reconocer e identificar las informaciones que llegan a través de los sentidos, especialmente la vista. No se trata de un problema funcional (ya que los sentidos funcionan correctamente), sino de la capacidad para convertir las percepciones en información, y decodificarlas adecuadamente. La agnosia se produce por exceso, por reiteración, por presión. Hay un punto en el que la insistencia continuada deja de producir el efecto deseado: sea persuasivo o informativo. La obsesión informativa (un producto o una idea) limita las percepciones, bloquea a las personas y reduce su capacidad de vínculo emocional. Saturados, dejamos de pensar. Saturados, tampoco actuamos. Al contrario.
En la agnosia visual, por ejemplo, la persona puede ver con normalidad, ya que el funcionamiento de su sistema visual es correcto y no está limitado o dañado, pero es ya incapaz de interpretar, describir o reconocer lo que está viendo. Lo saben bien, por ejemplo, en el neuromarketing: Estudios de esta disciplina demuestran que, si se da un exceso de datos sobre el producto, el cerebro del consumidor lo procesa de forma negativa. O se confunde o se inhibe.
En política también se pueden producir situaciones de agnosia cuando líderes, partidos o Gobiernos ocupan de manera insistente nuestra atención hasta obturar nuestra capacidad de comprensión. Agotados y exhaustos por sobreexposición se corre el riesgo de la inhibición e incluso de la reacción negativa o refractaria. Es la diferencia entre apretar o ahogar. Por ello, cualquier proyecto político, también cualquier liderazgo, debe medir bien los tempos, las persistencias y las constancias. La atención de las personas es un bien escaso y no se garantiza —necesariamente— con más presión. Atención sin la cual no es posible seguir avanzando en la escalera de la confianza y la vinculación.
Conocer el cerebro y su funcionamiento, en tiempos de aceleración y sobreexcitación, debería ser asignatura obligada para nuestros representantes políticos. E inexcusable para los consultores y asesores de comunicación. Además, la tecnología social que nos envuelve nos abre nuevas fronteras para la neuropolítica y, en definitiva, para pensar la política desde una perspectiva más serena y antropológica, sin los apriorismos de lo ideológico.
La reflexión sobre la política y la agnosia me parece oportuna, hoy, en la política española y en la catalana. A fuerza de decir que sí (que se harán determinadas actuaciones), o de decir que no (que se impedirán), estamos saturando a la ciudadanía con ideas reducidas a puras imágenes y marcos (de interpretación), en lugar de resolver los problemas. La sobreexposición de frases jibarizadas, que han perdido todo su argumento para convertirse en tópicos, no garantiza, en absoluto, ni atención ni reflexión.
La repetición ha dejado de ser persuasiva. Nunca fue pedagógica, ahora ni tan solo aporta audiencia o atención. La repetición obstinada, desconectada de las relaciones causales, es un síntoma de incapacidad o de falacia. O ambas. Deberíamos exigir a nuestros representantes que renunciaran —aunque fuera unilateralmente, aquí sí— a reducir la política a la consigna. El riesgo que corremos es que la agnosia de la percepción derive en agotamiento político e inhibición social. Una sociedad que deja de mirar (comprender) lo que ve es una sociedad voluble e indefensa.
La política que denuncia el populismo pero que solo ofrece consignas a los retos de fondo está alimentando lo que afirma combatir. De la agnosia a la amnesia; y de ahí a la antipolítica solo hay un pasito. Y corto. Muy corto.
Publicado en: El País (blog Micropolítica, 17.04.2017)
Fotografía: Lisa Yount en Unsplash
Cuando el paisaje te es tan familiar que formas parte de él, los detalles desaparecen y sin detalles nunca hay persuasión!!