El poder de los hábitos
Por qué hacemos lo que hacemos en la vida y en la empresa
Charles Duhigg (@cduhigg)
Ediciones Urano, 2012
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Charles Duhigg, graduado de la Universidad de Yale y en la Escuela de Negocios de Harvard, es uno de los periodistas más reputados de The New York Times. También es el autor de Más agudo, más rápido y mejor. Su trabajo ha merecido premios diversos en Estados Unidos, entre ellos el de la Academia Nacional de Ciencias, el Nacional de Periodismo y el George Polk. En el año 2013 fue galardonado con el premio Pulitzer por un informe sobre las prácticas comerciales de Apple y otras compañías tecnológicas, donde muestra el lado más oscuro de esta economía global.
En este libro nos ofrece un análisis sobre la neurología de los hábitos y la capacidad del cerebro para ahorrar energía, al enfocar sus esfuerzos en seguir una rutina.
Duhigg platea que cada una de las elecciones que hacemos a diario no son la consecuencia de decisiones meditadas, como cabría pensar, sino de hábitos. Según los científicos, estos surgen porque el cerebro siempre está buscando formas de ahorrarse esfuerzo para implementar la energía mental en aspectos útiles y explica que esto es lo que le ha permitido al ser humano desarrollar los grandes descubrimientos de todos los tiempos.
Cuando haces algo rutinario, el cerebro no toma decisiones, se relaja y descansa. Esto nos permite, por un lado, despreocupamos de comportamientos básicos. Pero, por otro, hace más difícil modificar un hábito consolidado: como el cerebro se desconecta, a menos que luchemos conscientemente contra él, éste se seguirá repitiendo automáticamente una y otra vez.
Según estudios neurológicos y psicológicos, los hábitos se pueden cambiar si se entiende cómo funcionan. El proceso de consolidación de un hábito se logra al implementar un círculo de tres pasos. Primero está la señal, que es el detonante que informa al cerebro que puede poner el piloto automático y el hábito a usar. Después, la rutina, que puede ser física, mental o emocional. Por último, la recompensa, que ayuda a nuestro cerebro a decidir si vale la pena recordar en el futuro este bucle en particular. Con el tiempo esto se convierte en un patrón que se activa automáticamente, y se transforma en un hábito.
No se puede erradicar un hábito, pero se puede cambiar. Y la regla para lograrlo es sencilla: manteniendo la misma señal y la misma recompensa, sustituye una rutina por otra. Si eres consciente de cómo funciona tu hábito, e identificas la señal que lo genera y la recompensa que buscas, puedes cambiar la rutina.
Esta regla de oro ha funcionado en tratamientos contra el alcoholismo, la obesidad, los trastornos obsesivo-compulsivos y otros cientos de conductas destructivas. Según los estudios analizados por Duhigg, el último ingrediente que convierte un hábito modificado en un comportamiento permanente es estar convencido de que el cambio es posible. Y cuando las personas se unen a grupos donde el cambio parece viable, el potencial para que este se produzca es más real.
En este sentido, desde la perspectiva cultural y política, podría suceder lo mismo. Es probable que los ciudadanos estén en una zona de confort, impulsada por los hábitos, que los motivan a actuar o brindar apoyo, sólo cuando están familiarizados con algo o alguien, negándose la posibilidad de conocer nuevas propuestas y de tomar riesgos que pongan en cuestión sus ideas prestablecidas.
Enlaces asociados:
– La Neuropolítica: conocer el cerebro para liderar las ideas
– Los hábitos y los políticos (Iván Duque Márquez)
Otras referencias sobre el libro:
– El poder de los hábitos (Francisco Sáez. FacileThings)
– El poder de los hábitos (Antonio Ortí. La Vanguardia. 12.10.2012)
Publicado en: Zona Libros