Se acabó el marketing, empieza la política. Donald Trump ha pronunciado un duro discurso, y ha declarado la guerra política a un gran número de oponentes, a quienes ya considera adversarios y enemigos, más que rivales.
Ha declarado la guerra al sistema institucional de los EE. UU. Su pretensión de responder solo ante el pueblo norteamericano, ignorando al poder legislativo y judicial, es una bomba. No es política, es puro populismo. «Transferir el poder de Washington al pueblo», ha advertido en su primera andanada beligerante contra «los salones del poder».
Ha declarado la guerra a su propio partido: «No importa qué partido controla la acción del Gobierno». Es el pueblo quien lo hace, afirma desafiante. Una advertencia de fricciones sin límites con el complejo sistema político estadounidense.
Ha declarado la guerra a los políticos, «la hora de las charlas vacías se acabó, es la hora de la acción». Trump no se incluye como político, sino como vengador de los olvidados, a quienes ha vuelto a mencionar como en su discurso de la noche electoral. «No vamos a aceptar a los políticos que nunca hacen nada», amenaza.
Ha declarado la guerra a sus aliados al advertirles que defender sus fronteras será la prioridad política y militar de los EE. UU. Cuando Trump dice «América primero» hace más pequeña y vulnerable la nación y la patria que afirma defender. EE. UU. se vuelve nacionalista y, así, aumenta su debilidad, no su seguridad. «No vamos a subsidiar a otros países».
Ha declarado la guerra a las opiniones fundamentadas, a los expertos. «Que nadie les diga que no se puede hacer». Trump traslada, simplemente, que la convicción y la determinación son las que convierten los sueños en realidad, aunque sean desvaríos. Trump alimenta las pasiones, olvidando las razones. Su patriotismo de la voluntad no es el patriotismo de la responsabilidad. «El orgullo nacional nos va a impulsar», asegura.
Ha declarado la guerra al crimen y a la violencia urbana. En un alegato durísimo, amenaza a los violentos y afirma que la «carnicería humana» se acaba ahora. Y también contra la internacionalización de la economía norteamericana. «Primero América» es tan eficiente como lema político como impotente en el terreno militar, económico y social.
Ha declarado la guerra a sus colaboradores y a sus responsables de Gobierno, a los que ha ignorado en toda su intervención. Se ofrece y se presenta solo, como un justiciero, más que como un líder que genera mayorías, alianzas y consensos. Ofrece hacerlo todo, ahora y rápido.
«Nunca les defraudaré». Un misil contra las políticas públicas, contra la planificación y la gestión, que siempre necesitan tiempo y pedagogía.
El discurso ha sido una colección intensa de tuits. Cada frase con la dosis de emoción y provocación adecuada. Dice lo que va a hacer, pero sin ninguna pista de cómo va a hacerlo. Renuncia a la pedagogía, para concentrarse en la voluntad proclamada.
El tono ha sido patriótico, triunfal e histriónico. La autoproclamación de «era política» es desafiante y grandilocuente. Quiere acabar con el legado de Obama y con la historia reciente, como si no existieran. Trump es un adanista político que califica su presidencia como un movimiento histórico. Todo empieza con él. «Cuando abrimos el corazón al patriotismo, nada puede parar a los Estados Unidos».
Trump ha marcado su territorio. Y con su proclama beligerante muestra todo su poder y su incapacidad, también.
Publicado en: Univision Política (20.01.2017)
Fotografía: Darren Halstead en Unsplash
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– El discurso del Emperador del Pueblo, Donald Trump (Luis Antonio Espino. Letras Libres. 20.01.2017)
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