El formato del segundo debate entre Donald Trump y Hillary Clinton ha sido decisivo. Es lo más parecido a nuestro exitoso programa de televisión Tengo una pregunta para usted. En Estados Unidos llaman ‘town-hall’ a esta modalidad de debate. Los que preguntan son los espectadores en la sala y los candidatos, sin la protección del atril, acostumbran a sentirse incómodos, como así se ha sentido Hillary Clinton. Responden sentados en sus taburetes o pueden levantarse para dominar la escena, interactuar mejor con el público, dar la espalda a su oponente o enfrentarse a él con mayor proximidad visual. Sin notas, sin apoyos, solo con el micrófono.
Cuarenta ciudadanos (indecisos, aseguran), seleccionados por Gallup, podían hacer su pregunta, aunque esta (y las repreguntas) han estado en manos de dos populares, galardonados y experimentados periodistas. Antes de conocerse la selección de los moderadores Trump decía que no estaba de acuerdo con que, eventualmente, seleccionaran a Cooper, porque «él lo trataba de manera injusta». Trump ha acusado de parcialidad a los moderadores hasta una decena de veces, alimentando su teoría de la conspiración mediática contra él.
2.000 periodistas se arremolinaron para ver en vivo, en San Luis, el segundo debate presidencial. En realidad, era la última esperanza para un Donald Trump que falló en el primer debate y cuyas declaraciones sobre las mujeres del 2005, publicadas «casualmente» esta semana, parecían hundirle inexorablemente. Trump estaba —de nuevo— solo, criticado por los demócratas, por los medios e incluso por muchos republicanos. Pero el formato de plató sin atriles le ha beneficiado. Se ha sentido como en un talk show, más en una tertulia que en un debate, y aquí Trump se sobrepone. Llegó muerto (políticamente) y sale vivo.
Por supuesto, que el tema del vídeo salió entre las preguntas de esta noche. Pero Trump, esta vez con más de una respuesta ensayada –al contrario que en el primer debate– se disculpó sin dejar de atacar. Increíblemente, el marco de mentirosa y culpable de hablar y no hacer nada (o poco) ha caído sobre Clinton. El republicano ha manejado con habilidad tramposa el dilema hacer-decir. El estilo agresivo de Trump se ha impuesto, creando un marco mental contra Clinton, amenazando a su oponente con «llevarla a la cárcel» y de «investigarla con un fiscal especial». Situando la imagen de «cárcel» (delito) sobre ella y de mentir, el republicano se ha desembarazado del vídeo.
En cualquier caso, Trump sigue ahí. Ningún candidato sobreviviría a un octubre tan desastroso como el que está teniendo él, pero sigue adelante, cada vez con menos posibilidades, cada vez con más errores y cada vez con menos aliados. Pero, para muchos estadounidenses, especialmente los blancos, pobres y con pocos estudios, sigue siendo su candidato, sigue estando perseguido por la prensa y las altas esferas de poder, y sigue teniendo su carisma intacto, porque sienten que se parece a ellos mismos. No pretende ser mejor, solo ser uno más. Ahí radica la diferencia. Esta noche, los ‘deplorables’ (como así ha calificado Hillary a sus seguidores) se deben haber sentido orgullosos.
Publicado en: El Periódico (10.10.2016)
Fotografía: Thomas Haas para Unsplash
Sobre el 2º debate presidencial:
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Sobre el 1r debate presidencial:
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