Caminar nos hace humanos. Esa condición —junto al lenguaje— fue el salto evolutivo que nos transformó de homínidos en humanos. Las ciudades que caminan —las que se piensan y se viven para caminar— son ciudades humanas: de escala, de concepción, de planificación. Salgamos por un instante del punto de vista urbanístico, al que volveremos más adelante. Son muchas las personas que han reflexionado sobre la acción de caminar y la han dotado de múltiples significados. Desde una vertiente literaria y de ensayo, como los paseos solitarios de Hazlitt o Stevenson, o la vindicación del poeta Whitman que hablaba de la cultura de andar como «rechazo de una civilización corrupta, contaminada, alienante y miserable».
También hay numerosas relaciones entre el caminar y el pensamiento, con las peculiaridades y costumbres diversas de pensadores como Kant, Nietzsche o Thoreau, recogidas por el filósofo Fréderic Gross. Se piensa mejor —y se enseña— cuando se camina, como bien sabían los peripatéticos —y su escuela filosófica— en Atenas hace más de 2.000 años. Desplazarse a pie es también una acción para descubrir, una experiencia estética, de liberación, y, en caso de practicarse en las ciudades, una acción con significado político y social. Para algunos incluso se trata del último acto de libertad auténtico. Caminar es la primera… y la última revolución y resistencia cívicas. Hasta el mismo Presidente Barack Obama tiene un proyecto, United We Serve, en que propone promover grupos de caminantes para mejorar el bienestar de sus ciudadanos.
«La caminabilidad ha llegado a un punto de inflexión». Así es como la consultora ARUP resumía los resultados de un estudio —Cities Alive: Towards a walking world—, realizado en más de 80 ciudades del mundo, que analiza los efectos de las políticas enfocadas a favorecer la peatonalización de los espacios públicos y cuáles son las medidas que pueden ayudar a su implementación. Una de las conclusiones del informe es que este tipo de políticas son una parte esencial de la recuperación del espacio público por parte de los ciudadanos, es decir, sostiene que facilitar la acción de caminar es clave en la planificación futura de las ciudades.
Andando definimos la relación que establecemos con la ciudad, nuestra actitud hacia ella. Como espacio de uso diario, de descubrimiento como turistas, de paseo sin rumbo —el mítico flâneur—, o bien de compromiso. Quizás lo que ha cambiado, lo nuevo, es que empezamos a ser conscientes de lo que supone la reivindicación de ciudades más caminables. No hace tanto era extraño oír palabras como walkability y ahora los principales expertos, como Jan Ghel, lo sitúan en el centro del tablero. Iniciativas como la Red de Ciudades que Caminan ejemplifican este cambio.
La agenda urbana ha virado definitivamente en favor de los peatones. Ahora es momento de que los gobiernos lo interioricen como un elemento más que tener en cuenta en las políticas de ciudad. Los grandes debates que vienen en las ciudades tendrán que ver con prácticas y andar podría ser un tema transversal en temas como Sanidad, Educación o Urbanismo.
Los datos y estudios apuntan a los beneficios de aplicar este tipo de medidas. Algunos son muy evidentes y de sobra conocidos, como el hecho de que aquellas ciudades con mayores espacios caminables experimentan beneficios económicos, ya que el comercio se ve favorecido por un mayor tránsito de peatones, o los beneficios ecológicos y de movilidad, con la reducción de tránsito motorizado especialmente de vehículos privados. Otros son también bastante previsibles, como la relación entre la práctica de caminar y la mejora general de la salud, incluso, como apuntó un estudio de la Universidad de Queensland, de la salud mental, o el hecho de que los barrios con grandes espacios peatonales atraen a ciudadanos de alto nivel a vivir en ellos.
Llevar a cabo este proceso no será fácil. En el fondo se trata de un cambio en la concepción del espacio público que choca con prácticas y costumbres muy arraigadas. Estos días estamos viendo un ejemplo con la prueba piloto de las supermanzanas en el barrio de Poblenou, en Barcelona. Más allá de la propia medida y de sus complicaciones, lo más emocionante es la forma en cómo se pueden reocupar espacios que para la mayoría siempre se han identificado con el tránsito. Este es el tipo de transformaciones que reivindica el movimiento por hacer caminables las ciudades. Imaginar nuevos usos, nuevas formas de pasar el tiempo y, por supuesto, de desplazarse. Casi como poder descubrir la ciudad por primera vez, o de manera absolutamente nueva. Como, por ejemplo, la propuesta del proyecto del colectivo holandés If I Can’t Dance, inspirado por The Reading Groups, que plantean el intercambio de conocimientos de manera íntima y dinámica a través de la discusión de textos mientras se camina en parejas.
Publicado en: Planeta Futuro – El País (16.09.2016)
Enlaces de interés:
– El paseo de Jane. Tejiendo redes a pie de calle (ebook)
– Nuestras ciudades habitables y libres de coches. Un grupo de expertos mundiales traza un recorrido por algunas de las iniciativas más interesantes para dar más protagonismo a los peatones (Planeta Futuro-El País, 21.09.2016)
– Carta ilustrada de los derechos del peatón:
Estos son tus derechos de peatón para disfrutar la calle (en dibujos)(Yorokobu. Mar Abad)
– La idea que Barcelona ha tenido y en el extranjero copiarán (pero aquí ignoramos). (Héctor G. Barnés. El Confidencial, 5.10.2016)
– How Walking in Nature Changes the Brain (The New York Times, 22.07.2015)
– Tres apps para redescubrir la ciudad de manera colaborativa (Edgar Rovira. El Periódico, 20.04.2017)
– El pensament del cos que camina (Xavier Antich. Ara, 23.07.2017)
– El arte de caminar (Esther Peñas. Ethic, 17.07.2019)
– Por qué es importante que las ciudades sean ‘caminables’ (Rocío Navarro. La Vanguardia, 5.08.2016)
– Ando luego existo. El poder de caminar (Gemma Tramullas. El Periódico. Mayo 2021)
– Jan Gehl: “Caminar debería ser considerado un derecho humano” (Cristina Vázquez. El País, 14.05.2021)
Camino luego existo.