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Sobre el beso entre Iglesias y Domènech

Núria Marrón de El Periódico me entrevistaba para su reportaje publicado el pasado domingo: Anatomía de un ‘pico’ (político); comparto las preguntas que me hizo y mis respuestas:

¿En qué medida crees que el beso forma parte de esta nueva liturgia, esta exploración de nuevas formas de comunicación política, y qué mensajes crees que envía? (Espontáneo o no, Iglesias ha sido rentabilizando el gesto)
Todo comunica. Nuestro cuerpo, también. Y nuestras emociones, más. En política, las emociones no se expresan con naturalidad, ni se valora el abundante valor y caudal de información que poseen y que son de gran importancia para los electores. Así son (nuestros políticos), así nos representarán o gobernarán. La política de las emociones está desconsiderada por sus derivas populistas o demagogas. Pero, también, hay otra variante: la que le habla al corazón de las personas, y la que habla desde el corazón. La neurociencia nos enseña que pensamos «lo que sentimos». Hazme sentir una emoción, y podrás hacer comprender un concepto o una idea.
Los mensajes que envía son diversos: autoafirmación, identificación, afecto, naturalidad. Es también, por el momento, el lugar y la posición (frente a la bancada del Gobierno en funciones) un icono político de una manera de entender la política. Finalmente, dada la complementariedad de los dos protagonistas puede tener otros mensajes, como el del afecto y entendimiento entre personas, comunidades, naciones y proyectos políticos.

¿En qué medida crees que, diseñado o no, este beso hace visible una nueva hegemonía, una nueva generación que llega e incluso otra manera de «ser hombre», ahora que tanto se habla de las nuevas masculinidades?
La presencia en nuestras instituciones de perfiles políticos más representativos de toda la sociedad española es una victoria democrática colectiva, pero que debemos agradecer —especialmente— a la irrupción de los partidos emergentes. De las plazas a los escaños: del 15M al 20D. Esta pluralidad, también se enriquece con las trayectorias de compromiso político (en especial en movimiento sociales, más que en organizaciones sociales) de muchos de los actuales dirigentes. En estos entornos de lucha y de luchas, el afecto es un elemento cohesionador y el beso entre personas del mismo sexo es una señal de reivindicación y de afirmación. Es, también, el símbolo de la conexión de «todas las luchas»: desde la de la libertad individual y el combate contra todo tipo de discriminación, junto a los combates contra todo tipo de exclusión. El debate sobre la nueva masculinidad, liberada de clichés de comportamiento, es el mismo —y más agudizado— que el que envuelve los prejuicios y los juicios a cómo se espera que se comporten las mujeres: es decir, siguiendo el patrón dominante. Romper estos arquetipos es también lucha política. Hacerlo en la sede de la soberanía popular es un gesto político de alto rendimiento, sí; pero también de enorme pedagogía política.Fotografía: Anne Nygård para Unsplash

Artículos asociados:
La històrica relación entre la política y los besos (Maite Gutiérrez. La Vanguardia, 4.03.2016)
El primer beso en el Congreso, un gesto icono (EFE Estilo, 2.03.2016)
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