El discurso de Carles Puigdemont empezó —y casi acabó— con la promesa de su cargo que conlleva, implícita, una desobediencia. Ahí estaba casi todo: «¿Promete fidelidad a la voluntad del pueblo de Cataluña representado por su Parlament?» Nada más. Ha sido la respuesta coordinada del Parlament y de la Generalitat a los dos desaires institucionales de las últimas horas (la no recepción del rey Felipe VI a Carme Forcadell y la literalidad del decreto de cese del expresident Artur Mas). Y, en especial, a la advertencia del ministro de Justicia que ayer mismo reclamaba —observante, vigilante, casi amenazante— que la fórmula debía explicitar claramente las alusiones de fidelidad al rey, a la Constitución y al Estatut de Autonomia de Catalunya. No ha sido así.
Carles Puigdemont fue breve, poco protocolario, sin adornos. Pero claro. En lo que dice, y en lo que no dice. Apoyado con unos pocos tarjetones que le permitieron seguir un guion, pero no un texto escrito. Afirma que dedicará tiempo a explicarse más y mejor, implicando a más personas en su proyecto político. Pero en sus palabras hay una voluntad de no retorno. Más que pedagogía inclusiva, hay claridad afirmativa y señales diversas. Y prisa. Mucha.
Citó dos autores y dos textos. El primero, un bello poema turco sobre el mar («El més bonic del mar és el que no hem navegat») con el que quiso mostrar su voluntad de continuidad, al homenajear a su predecesor y su estilo metafórico, al tiempo que lo daba por finalizado. Y el segundo, también breve, pero muy sustancioso de Gaziel, que fuera un republicano íntegro, de talante moderado, más federalista que nacionalista: «Sóc fal·lible, però insubornable».
Puigdemont acabó con un Visca Catalunya! sentido, casi apresurado, pero sin la coletilla lliure que sí utilizó en su discurso de investidura. Hay, en el conjunto de sus palabras desafío, valentía, pero no hostilidad manifiesta, ni una especial animadversión hacia nada, ni nadie. Aunque parece que no olvidará afrentas o agravios. Su tono es amable; sus formas, básicas, su fidelidad, inequívoca. Estilo que, quizá, puede contribuir a estabilizar y serenar la vida política.
El gran aplauso de la noche, buscado y escenificado, se lo llevó Artur Mas al reivindicarse con orgullo. Los aplausos, para Mas; las palabras y los gestos, para Puigdemont. Ese será, quizá, el reparto de roles del nuevo tándem de la política catalana. Veremos quién lleva el volante.
Publicado en: El País (13.01.2016)
Fotografía: Matthias Wagner para Unsplash
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