El esperado discurso del Rey ha sido medido, cauteloso, casi contenido, lejos del atrevimiento innovador de la solemne y sugerente intervención de su proclamación. Quizá el exceso de expectativas por su primer discurso de Nochevieja, el peso de la comparación (respecto a los anteriores del rey Juan Carlos I), así como la presión por ver cómo resolvía y se refería a la dura y firme acusación judicial que se cierne sobre su hermana —y todavía infanta— Cristina, han generado mayor tensión y atención sobre sus palabras.
Finalmente, el Rey prudente ha optado por la alusión indirecta a su hermana, con un mensaje claro —aunque encriptado— basado en tres principios en la lucha contra la corrupción. Primero, sin privilegios («Los ciudadanos necesitan estar seguros… de que no existen tratos de favor por ocupar una responsabilidad pública»). Segundo, sin concesiones («Debemos cortar de raíz y sin contemplaciones la corrupción»). Y, tercero, sin descanso («Y, en esa tarea, la lucha contra la corrupción es un objetivo irrenunciable»). El Rey ha sido claro en los conceptos, pero elusivo en las referencias personales o familiares, aunque la expresión «cortar de raíz» sea un mensaje cifrado que resulta rotundo y directo. Una expresión que bien puede interpretarse como una presión más —esta vez pública— para que la infanta acepte, finalmente, desvincularse de sus derechos dinásticos.
Más diáfano y transparente se ha expresado en relación con Catalunya. Las referencias al afecto y a la identidad compartidos han sido lo más significativo del discurso («Millones de españoles llevan, llevamos, a Catalunya en el corazón. Como también para millones de catalanes los demás españoles forman parte de su propio ser»). Es de agradecer que el Rey haya mostrado, en extensión y contenidos, una dedicación especial a los problemas de Catalu-nya y su relación con España. El enfoque emocional, que soslaya los temas políticos, es inteligente y oportuno. Y, seguramente, el único margen por el que puede transitar como Rey.
Discurso prudente
Este discurso, en su conjunto, parece más prudente que el despliegue seductor de sus palabras en el solemne acto de proclamación en sesión extraordinaria de las Cortes Generales. Y, en comparación con la contundente afirmación del rey Juan Carlos I del año pasado (cuando pedía una clara «actualización de los acuerdos de convivencia» en alusión a la reforma constitucional), la fórmula utilizada esta noche por Felipe VI resulta más suave, o menos exigente, y más próxima a las tesis del presidente del Gobierno: «Debemos seguir avanzando en nuestra convivencia política, paso a paso, adaptándola a las necesidades de nuestro tiempo».
La puesta en escena ha sido modesta y mucho más sencilla, todo más natural, sin excesos. Y ha contribuido a la imagen de cercanía y proximidad del Rey. La buena gesticulación y comunicación no verbal, el vestuario neutro y su sonrisa sincera han creado una atmósfera creíble y mucho menos encriptado que su mensaje.
P. D. Un detalle: en todo el discurso no ha aparecido el verbo «podemos». Ni cuando ha enunciado los retos y esperanzas a los que debemos enfrentarnos. Curioso. El año pasado, sí.
Fotografía: Diana Polekhina para Unsplash
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