Otra vez, las formas son fondo. El discurso del rey ha cuidado al máximo la puesta en escena. En comunicación, la sencillez es compleja y, casi siempre, mucho más exigente que lo pretencioso o aparente. Una apuesta por la simplicidad, casi la modestia, sin pretensiones. No parecía un palacio, sino un rincón de un comedor clásico, pero con buscada imagen de sobriedad. ¿Un decorado? Esa primera impresión visual, reforzada por la austeridad de los elementos (mesillas, sofá, silla, marcos de fotografía, elementos florales navideños…) han creado una atmósfera cálida y sincera, aunque parezca impostada. Próxima y convincente, a la que ha contribuido, y mucho, la excelente gesticulación, comunicación no verbal, entonación y pasión interpretativa. El cuidado de la barba, así como la sencillez del traje y corbata utilizados han ayudado a mantener la atención sobre sus palabras y sus gestos, sin casi desviarla hacia nada que no fuera su mensaje (salvo el tirador de la ventana, que ha tenido un protagonismo extraño y excesivo en algunos planos).
El rey ha optado por la alusión indirecta para referirse a la grave acusación de elusión fiscal directa de su hermana, la todavía Infanta Cristina. No ha habido mención expresa, pero sí un clarísimo mensaje que le señala la puerta de la desconexión dinástica: «Pocos temas como este suscitan una opinión tan unánime. Debemos cortar de raíz y sin contemplaciones la corrupción. La honestidad de los servidores públicos es un pilar básico de nuestra convivencia en una España que todos queremos sana, limpia».
Los discursos reales eluden, a veces, la realidad. O su mención. Las limitaciones de las funciones constitucionales de reyes y príncipes, así como el carácter institucional y medido de sus palabras diluyen la franca claridad —casi siempre tensa— en aras de la búsqueda de aceptación mayoritaria —casi siempre inocua—. Su aproximación oblicua, lateral, indirecta es su manera frontal de analizar y de referirse a la realidad. La mayoría vemos los problemas de frente, a veces, a fondo, y, casi nunca, globalmente. Pero un discurso con alusiones permite reinterpretar (o descifrar) los sentidos múltiples de las palabras.
Esta fuerza del lenguaje prudente y simple es sugerente en situaciones de conflicto o de tensión. Y tiene indudables ventajas. Pero, para una parte muy importante de la ciudadanía, los problemas de España necesitan tanta claridad como coraje. Sinceridad, sin concesiones. En este sentido, el discurso del rey ha sido tan mesurado y prudente que puede haber desaprovechado, quizá, una oportunidad para reforzar «el tiempo nuevo» del que nos habló en su discurso de proclamación. Él ha quedado bien, pero quizá no era eso lo que necesita el rey (y España). Igual se requería decir lo que se debe, aunque no siempre convenga. ¿Había margen para otro registro? Difícil, pero no imposible.
La fractura emocional, como metáfora política y síntoma de la situación de España ha estado, también, muy presente en su discurso con la extensa —por inusual— referencia (esta vez explícita) a la situación de Catalunya. Se ha mostrado intenso y casi pasional cuando ha hablado de emociones: «Millones de españoles llevan, llevamos, a Cataluña en el corazón. Como también para millones de catalanes los demás españoles forman parte de su propio ser. Por eso me duele y me preocupa que se puedan producir fracturas emocionales, desafectos o rechazos entre familias, amigos o ciudadanos. Nadie en la España de hoy es adversario de nadie».
La ausencia de símbolos religiosos (salvo en el breve plano con un Belén casi de posado forzado en la mesilla con la fotografía del rey Juan Carlos I) así como de otros (de la Casa Real, por ejemplo) han ayudado a hacer familiar y cercano el ambiente escogido para la grabación del mensaje. La fórmula utilizada para hacer presente a la reina, la princesa y la infanta, con las fotografías en la mesa, y las imágenes finales de la familia, que formaban parte de la realización del discurso, ha sido conservadora pero correcta.
El rey ha hablado con palabras y gestos. Con formas diferentes. Prueba superada, creo. Pero la obsesión por la aceptación y la recuperación del afecto y reconocimiento de la corona pasan, también, por ser además de agradable, casi encantador, por ser un rey franco y sincero, que no esconde las palabras, ni los temas. Que los menciona por su nombre. Que los mira de frente. Mientras, se agradece menos pompa y más sencillez.
Publicado en: El País (24.12.2014)(blog ‘Micropolítica’)
Fotografía: Massimo Virgilio para Unsplash
Artículos asociados:
– La decoración del mensaje del rey (El Mundo.es, 25.12.2014)