«La economía, estúpido» (the economy, stupid) fue el concepto de la campaña electoral de Bill Clinton en 1992 contra George H. W. Bush (padre), que lo llevó a convertirse en presidente de los Estados Unidos. Luego la frase se popularizó como «es la economía, estúpido» y ha servido para todo tipo de remakes mediáticos y políticos. Hoy, Rajoy ya sabe que es la política (y no solo la economía) lo que puede destrozar su mandato.
El guión de Mariano Rajoy ya no lo escribe él. Quizá el Presidente está desconcertado y no comprende bien cómo una rotunda e importante afirmación, como la que pronunció ayer solemnemente en el hemiciclo («Hemos superado la crisis económica»), queda sepultada en los medios e invisible —e inaudible— para la opinión pública. Aunque fuera cierto que hemos salido de la crisis económica, la verdad es que la percepción general es que estamos en una crisis política extraordinaria, que impide tanto como oculta, que condiciona tanto como desdibuja la recuperación económica. No, señor Presidente, la ciudadanía, aunque necesitada y agotada, no sólo necesita nuevos horizontes económicos, no sólo necesita esperanzas… sino confianza. Y la política también importa. Y mucho. Más que nunca. La ciudadanía no es ni estúpida ni búrdamente egoísta, no es una ciudadanía que sólo piensa en su bolsillo y sus intereses.
Hace semanas que se extiende la sensación de que Mariano Rajoy va por detrás de los acontecimientos. Llega tarde y mal a las reacciones. Y sus atributos de liderazgo político, tan particulares como limitados, podrían ser insuficientes ante la complejidad de la situación. Ayer, con la dimisión forzada de Ana Mato, se llegó al paroxismo: la dimisión de Mato ya no tiene valor político, es más, lo tiene negativo. Ella, Rajoy y el PP no tenían alternativa. La imagen de ella sentada en el banco azul, en el monográfico sobre corrupción de hoy tras ser citada por el juez Ruz (en vez de cesarla por el cúmulo de errores en su gestión o por su posición de connivencia con la corrupción de la red Gürtel) era insoportable. Con su dimisión forzada queda en evidencia el mismo Rajoy, que la mantuvo y la protegió en su puesto cuando había acumulado diversos motivos para el cese.
Pero la inexplicable decisión, si se confirma, de que Ana Mato mantenga el acta de diputada, a pesar de la dimisión como ministra, derrumba y hunde la mínima dignidad o beneficio que pudiera tener esta medida. Si dimite como ministra por errores de gestión, todavía —quizá— cabría la justificación de que pudiera ser representante de la ciudadanía. Pero si dimite por problemas vinculados a un posible lucro delictivo, entonces es tan incomprensible como irritante. Así lo van a percibir la mayoría de los electores.
El pleno de hoy en el Congreso de los Diputados sobre corrupción llega tarde y a remolque. Rajoy que admitió que deberá explicarse mejor tras el 9N (en relación con Catalunya) situó esta fecha y este Pleno como parte de la enésima ofensiva general para recuperar protagonismo político, en la crisis política y territorial, en base a una triple estrategia: más reformas, más explicaciones, más coordinaciones. Pero la dimisión de Mato y la inexorable e implacable actuación del juez Ruz agudizan la sensación de parálisis de Rajoy y del PP que, a menos de 6 meses de las próximas elecciones municipales y autonómicas, no tiene candidatos definidos en lugares clave, ni estrategia definida frente a la irresistible irrupción de Podemos, por ejemplo.
En tres años, Rajoy ha perdido tres ministros y el enorme caudal de confianza política que le llevó a la mayoría absoluta. Casi el 90 % de la ciudadanía ya no confía en él. El dato es abrumador e… insostenible. Este bloqueo receptivo a su figura y sus propuestas hará que, probablemente, se estrellen contra el muro de la indiferencia y la irritación las medidas que hoy, excepcionalmente, presenta. Medidas que se juzgarán y evaluarán tras saber que de las anunciadas hace dos años no todas se han puesto en marcha, o las que se han aprobado, como la Ley de la Transparencia, no se cumplen íntegramente. Cuando ya no te oyen, porque no te creen, no te reconocen, o no confían en ti, es difícil que te escuchen. Este es el drama de Rajoy, y de buena parte de la política española.
Rajoy ha hecho, a pesar de todo, un buen discurso, estructurado y seguro. «Un problema serio que el Gobierno se ha tomado muy en serio», ha afirmado. Sin caer en la tentación del ataque preventivo a la oposición, es más, ofreciendo un amplio acuerdo a la misma. Dice que está «dispuesto a escuchar, dialogar y compartir». Una estrategia que hace difícil la crítica global de la oposición. Pero una ciudadanía lesionada (irritada y desconfiada, como ha asumido el Presidente) y la ausencia de una severa autocrítica hace que sus intenciones o sus propuestas se confronten con las percepciones y las realidades. Rajoy ha hablado del fantasma de la corrupción generalizada, y cree que la acusación global o particular a su inacción es falsa y «peligrosa» porque da espacio a los «salvapatrias de las escobas». Rajoy se ha reivindicado al afirmar que en la lucha contra la corrupción ni «hemos participado impasibles, ni hemos empezado hoy». Cree que la mezcla de corrupción y diatribas políticas hace que su «objetividad sucumba». Pero lo que Rajoy cree que son intangibles y percepciones son realidades correosas ya en la opinión pública.
Hoy Rajoy, en la tribuna, ha demostrado dos cosas: que tiene propuestas contra la corrupción (que merecen ser estudiadas, completadas y apoyadas), pero que las trata con la misma consideración y estilo que si se tratara de medidas de política agraria o de política internacional, por ejemplo. Esta falta de sensibilidad, que Rajoy cree que es emocionalidad excesiva en la opinión pública, le aleja de la comprensión de los problemas y de ser comprendido. Ha pedido perdón, sí. Lo ha repetido hoy, de nuevo. Pero es como si fueran simples palabras que no se perciben, creo, como contriciones reales y auténticas. La dislexia entre lo emocional y lo propositivo, así como la diferencia entre lo anunciado y lo realizado, destroza buena parte de su credibilidad. Propone una «reforma ambiciosa, lejos de lo coyuntural», pero la coyuntura es tan brutal como insoslayable. Rajoy afirma que no hay que «luchar contra fantasmas sino contra hechos objetivos». Pero esos fantasmas a los que hace referencia también existen en política. Y algunos están paseando entre los escaños. Esa es la realidad. Y es un hecho objetivo.
Publicado en: El País (27.11.2014)(blog ‘Micropolítica’)
Fotografía: Andre Taissin para Unsplash
Enlaces de interés:
– Un plan anticorrupción viejo y empantanado con leves retoques (José Manuel Romero. El País, 27.11.2014)