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Los indecisos y las últimas horas

Cada vez aumenta más la cifra de personas que deciden su voto justo antes de votar, o el día anterior, o en las últimas 48 horas. Por ejemplo, en España, en 2015, un 18% de los y las votantes decidió su voto durante la misma jornada electoral. En diciembre de 2019 fue un 12%. E igual de interesantes son los datos que también ofrecía el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS): otro 11,3% decidió su voto la última semana de campaña.
Y esto no sucede solo en España, sino que es algo que ocurre en distintos países del mundo. En Alemania, y según una encuesta publicada en el periódico Frankfurter Allgemeine Zeitung, cuatro de cada 10 personas que planeaban votar el domingo 26 de septiembre todavía no habían elegido partido, cuando quedaban seis días para las elecciones.

Los partidos, en las últimas 48 horas, se enfrentan a un votante que no solo no se decide —o lo hace cada vez más tarde—, sino que también cambia su voto dependiendo del contexto. Y ello sucede por diferentes razones. En primer lugar, porque decide su voto según lo que perciba de los candidatos y candidatas, por lo que siente o intuye, mucho más que hacerlo por lo que piensa ideológicamente. La emocionalidad es hoy más importante que la mera racionalidad de pensar qué programa interesa más. Los estados de ánimo son hoy los auténticos estados de opinión. Entender las atmósferas y los climas resulta más relevante que medir las opiniones, tan líquidas e inciertas.

En segundo lugar, porque vivimos en una sociedad nerviosa y con desconfianza hacia la política. Es una sociedad cada vez más airada, que pasa del malestar al miedo y que vive en la incertidumbre, porque nadie genera certezas en un presente o un futuro mejor.

La confianza en la política democrática viene descendiendo en los últimos años. Según el último Barómetro de las Américas de la Universidad de Vanderbilt, una cuarta parte de la ciudadanía del continente americano no cree que la democracia sea el mejor sistema de gobierno. Este dato coincide con muchos otros estudios, como el Latinobarómetro, que en su última medición revela que al 27% de los latinoamericanos les da lo mismo un régimen democrático que uno autoritario. En Chile, la encuesta CEP ha mostrado consistentemente a través de los últimos años que las instituciones políticas, tales como el Parlamento, el gobierno y los partidos políticos son las que tienen menores niveles de confianza. Ante una política (y unos políticos) más desapegada, cuesta más decidir a quién votar. De hecho, un número muy considerable de indecisos e indecisas dudan entre elegir opciones conocidas o mandar un mensaje sonoro de rechazo y enojo a todos y a todo. Hay malestar y agotamiento. Eso explica, en parte, el hecho de que más de la mitad de los chilenos y chilenas (un 53%) no saliera a votar el pasado 21 de noviembre. Aún está por verse, además, cuál será el porcentaje de participación en el balotaje. Desde que existe este sistema, solamente en el 2000 y en el 2017 aumentó la participación de la primera a la segunda vuelta; en las otras cuatro elecciones disminuyó.

En tercer lugar, porque en estos tiempos líquidos y conectados, en los que recibimos estímulos constantes, el electorado no tiene por qué decidirse ya, por qué informarse ya, puesto que no deben rendir cuentas a nadie de su decisión y, por ende, pueden esperar a que los comicios estén más cerca para madurar su voto. Del mismo modo, porque recibimos contenidos, ideas, opiniones y reflexiones de nuestro círculo íntimo, puede suceder que cambiemos de decisión de voto hasta en el último segundo, aunque nos hayan reforzado durante meses o semanas sin saberlo.

Los indecisos, pues, nos indican que hay dudas y que, por tanto, las últimas horas, los últimos días, son importantísimos en una campaña electoral que es más permanente que nunca. Por supuesto, nadie es del todo un votante indeciso, sino que se tienen intuiciones, simpatías, antipatías…, pero, todavía, no se toman decisiones. Las últimas imágenes y mensajes, en este contexto, pueden jugar un papel clave en estos electores.

Participar en una elección, sin importar el tamaño o lo determinante que esta pueda llegar a ser, es —posiblemente— el acto de ciudadanía más claro y declarativo de todos los que nos ofrece el sistema democrático. Participar democráticamente nos visibiliza como ciudadanos, pero también nos hace parte fundamental como miembros de una comunidad. Participar es avanzar, es fortalecer nuestro sistema democrático, que es, sin lugar a duda, el mejor refugio para canalizar nuestras demandas como sociedad.

Publicado en: La Tercera (9.12.2021)
Fotografía: Element5 Digital para Unsplash

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