El oxígeno es el elemento clave que sostiene la vida en la Tierra, que constituye una parte importante de la atmósfera, la mayor parte de la masa del agua y, también, el elemento mayoritario de la masa de los seres vivos. Un bien preciado, sobre el que algunos investigadores ya están evaluando su posible caducidad, como se refleja en el estudio publicado en la revista Nature Geoscience, titulado The future lifespan of Earth’s oxygenated atmosphere.
Sin oxígeno no hay vida biológica, pero ¿cuál sería el oxígeno de la vida democrática? La democracia también necesita aire puro, limpio, fresco, renovado. El oxígeno de la política democrática son las palabras. El amor a ellas, el respeto a las de los demás, el sentido y adecuación de las mismas y el inquebrantable compromiso entre ellas y la verdad.
Cuando se destruye el vínculo entre la palabra y la realidad, cuando con ellas aniquilamos también a quienes solo deberíamos considerar rivales y adversarios, nunca enemigos, estamos consumiendo el aire que necesita nuestra vida pública. Viciándolo, pudriéndolo.
En el enciclopédico libro Odorama, historia cultural del olor, de Federico Kukso, se reivindica el sentido del olfato a través de su historia. El olor es invisible, pero es una máquina del tiempo. Es recuerdo y pasión. «Algo huele mal en Dinamarca» es quizá una de las frases más famosas del dramaturgo William Shakespeare, escrita en una de las escenas de su obra Hamlet en 1601. El olor a pudiente, el hedor que apesta, como metáfora o intuición de alguna cosa que no marcha bien, que oculta un fondo oscuro o perverso.
El hedor de la putrefacción es un estadio último de descomposición. Pero, antes, el mal olor, el aire viciado, el clima irrespirable ya nos advierten de un deterioro de la calidad del aire —de la vida— que respiramos. ¿Huele mal nuestra democracia? Corremos el riesgo de una gran y prolongada anosmia política, si nuestro clima político sigue deteriorándose.
El periodista argentino Chani Guyot lo explica muy bien: «Necesitamos oxigenar la comunicación y la conversación pública». ¿Cómo sería lo puro, limpio y fresco en comunicación política, por ejemplo? ¿Sería la verdad, el respeto y la innovación? Recuperemos las palabras, su dignidad y su sentido. Más oxígeno, más democracia.
Publicado en: La Vanguardia (20.01.2022)