La prudencia

Reivindicar la prudencia en el ejercicio de las responsabilidades públicas no debería ser solo un deseo bienintencionado o altamente recomendado. Debería ser una exigencia para cualquier servidor público, también para cualquier proyecto político. Un requisito imprescindible, aunque no fuera normativo.

La prudencia permite evaluar antes de reaccionar. Ponderar, analizar y calcular. Es decir, pensar con método. «Los líderes prudentes se obligan a prestar la misma atención a los defensores y los detractores de la línea de acción que están planeando» afirma Michael Ignatieff, autor del libro Fuego y cenizas de lectura aconsejada para cualquier líder político. En cambio, la turbopolítica —en la era de la aceleración vital y la impaciencia social— se ha convertido en uno de los grandes escollos para la política democrática, la que crea valor común, interés general y amplias avenidas de progreso.

La prudencia, entendida como la templanza, el sentido común, el buen juicio y la capacidad para encontrar un punto de equilibrio que guíe un determinado comportamiento hacia objetivos medidos y justos, que cumplan con una visión realista y posible, se vuelve una exigencia a los y las representantes públicos.

La prudencia también nos permite, no solo evaluar pros y contras, recursos y objetivos, caminos y estrategias, sino orientarnos en el bien escaso por excelencia: el tiempo. Solo los prudentes gestionan bien el tempo del tiempo. Avanzar (y acertar) ante la visión estresante de un cronómetro que recuerda que hay un período finito para cumplir con todo no es tarea fácil, aunque ineludible en la gestión de lo público. Tan importante es el tiempo como el momentum. Los prudentes llegan a tiempo. Se anticipan, se preparan, se organizan.

Finalmente, la prudencia también nos permite minimizar posibles errores, evitar consecuencias indeseables de determinadas decisiones o acciones y evitar la condición irreparable o irreversible que algunas decisiones políticas equivocadas, sesgadas o insostenibles tienen sobre la vida de las personas.

La prudencia no tiene casi prestigio —ni espacio— en tiempos de testosterona digital, arrogancia intelectual y vanidad pública. Pero resulta el ancla para el buen gobierno, el interés general y el liderazgo ejemplar y transformador.

Publicado en: La Vanguardia (30.06.2022)
Fotografía: Tristan Colangelo para Unsplash

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