El discurso del rey de esta noche me parece modesto y prudente. Puede ser que ahí radique su importancia, su nueva singularidad. Un Rey quizá más consciente de su papel institucional y con menos pretensiones de árbitro o de mediador para las que no tiene mandato constitucional alguno —conviene recordarlo siempre—, ni margen de credibilidad ni reputación suficiente, creo. Un rey que anima, simplemente. «La Corona promueve y alienta», dice el monarca, también «invita». Hasta ahí.
Un discurso con algunas omisiones que ya empiezan a ser normalizadas, por repetidas, como no citar, expresamente, a la Familia Real o a la Reina. Y con algunas inexplicables ausencias de palabras con gran relevancia en la actualidad como, por ejemplo, la corrupción, el segundo problema de los españoles (que él conoce muy bien) y que es nuestra auténtica y real ciclogénesis explosiva. Sorprende, también, la ausencia de la tradicional y previsible mención a las Fuerzas Armadas o la referencia a los cooperantes. Citar a los periodistas españoles secuestrados en el mundo habría sido un gesto de calidad conveniente que no se ha producido. Lástima.
Tampoco ninguna referencia directa al Gobierno o a la agenda reformadora gubernamental. Que el concepto o la idea no aparezca es significativo (aunque sea difícil de interpretar), pero sí aparece la palabra reformas en el fragmento en el que «invita a las fuerzas políticas a que, sin renunciar a sus ideas, superen sus diferencias para llegar a acuerdos que a todos beneficien y que hagan posibles las reformas necesarias para afrontar un futuro marcado por la prosperidad, la justicia y la igualdad de oportunidades para todos». Renunciar a la expresión «Unidad de España», en favor de lo «que nos une», parece un gesto prudente y de carácter conciliador. El rey ha medido sus palabras. El Gobierno debería seguir esta senda.
La novedad no está solo en las ausencias o los cuidados matices, sino en ideas que asoman tímidas en su texto. El rey parece que escucha voces, o al menos reconoce que existen: «Es verdad que hay voces en nuestra sociedad que quieren una actualización de los acuerdos de convivencia» (en una clara alusión a nuestra arquitectura institucional y al debate sobre la conveniente, para muchos, reforma constitucional). Voces que son la expresión de «una sociedad española que reclama hoy un profundo cambio de actitud y un compromiso ético en todos los ámbitos de la vida política, económica y social que satisfaga las exigencias imprescindibles en una democracia».
El rey, con este discurso, parece que renuncia a utilizarlo como parte de un plan personal de rehabilitación política o mediática. Habla muy poco de él. Mejor. Aunque se reivindica en su rol institucional cuando afirma: «mi determinación de continuar estimulando la convivencia cívica, en el desempeño fiel del mandato y las competencias que me atribuye el orden constitucional, de acuerdo con los principios y valores que han impulsado nuestro progreso como sociedad»; que concluye con una promesa, de carácter autocrítico, y que pareciera conectar con las voces que parece escuchar: «asumo las exigencias de ejemplaridad y transparencia que hoy reclama la sociedad».
El rey ha explorado hoy, con sus palabras y su actitud, el único —y el último— modelo de proyección pública. El que acepta su edad y su condición, sin pretender ser un fenómeno de la naturaleza ni un icono intocable al que respetar con gratitud eterna. Ahí, en esta zona más humilde, más sencilla, menos extraordinaria (nada de estar sentadito en el canto de la mesa) puede reencontrar algo del afecto perdido y de la consideración dilapidada. Con este perfil más sobrio, parecerá más austero y algo más sabio. Ambas cosas le convienen. Pareciendo más responsable, y menos superhombre (sin caza, ni vela, ni otros deportes de riesgo), le va a ir mucho mejor.
Espero que ahora que se ha repuesto, afortunadamente, de su última cuestión de «tornillos» (como a él mismo le gusta referirse cuando habla de sus enfermedades y lesiones), pueda centrarse en seguir escuchando voces. Las de la calle. Las que nunca debió ignorar, olvidar o desconsiderar. De momento, parece que las reconoce. Un primer paso, sin muletas, aunque la distancia que debe recuperar es larga y el tiempo es limitado. Veremos en 2014.
Fotografía: Belinda Fewings para Unsplash
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